1 - “Él era un muchacho sano, no se metía con nadie”
Autor: Yeixon Santaella
Teresa llegó del trabajo y
lo primero que hizo fue dejar la cartera roja ruñida en el mueble, y sin
quitarse la ropa, se dirigió a la cocina a preparar la cena. Ninguno de sus
tres hijos estaba en la casa, cosa que le preocupó, pero sin embargo siguió en
lo que hacía.
Miró
la parpadeante luz roja que indicaba la hora en un radio reloj cuadrado que
tenía sobre una mesita desgastada al lado de la cocina, se sorprendió al ver
que eran las 6:00PM y aun sus hijos seguían sin llegar. Secó sus manos con un
pañito de cocina y antes de ir en busca de su celular, se detuvo al oír una
noticia en aquella radio.
***
Y a esta hora nos llega un reporte desde el barrio La Consolación, un joven de
18 años fue ultimado con una bala en el pecho hace pocos minutos. Según las
autoridades, la victima respondía al nombre de Yerson Manuel Rodríguez, quien
al parecer tenía problemas con quienes cometieron el homicidio.
Teresa
se tapó la boca con las manos cuando oyó la edad de la víctima, pero su rostro
comenzó a llenarse de lágrimas cuando escuchó otra voz en la emisora.
***
Hasta cuando tenemos que calarnos
esta falta de autoridad en los barrios, hoy se me fue la vida, se me fue junto
a la de mi hijo. Él era un muchacho sano, no se metía con nadie. Exijo al gobierno
que me responda y que atrape a los delincuentes que le quitaron la vida a mi
hijo. ¡Maldito gobierno, ustedes son los culpables…
…
y esas fueron las impresiones que tenemos hasta los momentos… pasando a otro
tema, Shakira y Rihana vuelven a sorprender pero esta vez juntas…
La
mujer sintió tanta lastima por aquella otra señora que estaba devastada por la
muerte de su hijo. Intentó ponerse en su lugar pero rechazó la idea que se le
pasó por la mente porque nada más imaginárselo su corazón se contrajo.
Se
secó las lágrimas que corrían por su cara y fue a la sala a buscar dentro de su
cartera, el celular para llamar a sus hijos.
Con
40 años, Teresa era madre soltera de dos varones, uno de 12 años y otro de 18,
la misma edad de Yerson, el muchacho que resultó asesinado. También tenía una
hija de 15 años, la luz de los ojos de Teresa, una niña, que para los ojos de
las personas del barrio, era una “chica fácil”, pero para Teresa, era su
pequeña y dulce princesita.
Ninguno
de los tres había regresado a la casa y cuando volvió a ver el reloj, se fijó
que habían pasado ya media hora. Marcó el número de la niña y al segundo
timbrazo, esta contestó.
– ¡Pero
por todos los santos! Hija ¿dónde andas metida? ¿Qué hora son estas de andar en
la calle?
–
Mamá tranquila, ya estoy llegando, solo me entretuve con Mariana viendo unas
ropas en el mercado.
–
Hija te tengo dicho que no me gusta que andes tan tarde en la calle. Los nervios
se me ponen de punta. Tú sabes lo peligroso que está este barrio. Si vez a tus
hermanos tráetelos… Dios me la bendiga.
Teresa
colgó la llamada pero inmediatamente marcó el número del hijo mayor. Este no le
atendió, así que marcó el número del otro hijo.
–
Pedro, hijo, ¿dónde andas? tan tarde y tú en la calle.
–
Madre, tranquila, estoy al lado, haciendo una tarea para mañana.
– Ay
Pedro, hijo, vente pa’ tu casa y haga su tarea aquí, deje de molestar en casa
ajena
–
Madre pero es que es en grupo y me puse con Federico, justamente para no tener
que ir para otro lado.
–
Bueno, Pedrito, hijo, está bien, pero rapidito pues.
Teresa
volvió a colgar el teléfono pero esta vez no intentó con su hijo mayor. Decidió
esperar a que llegara. Fue a la pequeña cocina a voltear una de las arepas que
había dejado montada en la sartén.
La
cocinita de Teresa era muy humilde. Cuatro paredes de ladrillos anaranjados con
una nevera que el óxido demostraba todos los años que tenía, un fregadero color
blanco y una cocina de cuatro hornillas. Todos los implementos estaban sobre
una mesa plástica entre la nevera y la cocina.
Cuando
Teresa bajaba la llama de la hornilla, escuchó como la puerta de la casa se
cerraba.
Dejó
el tenedor con el que volteaba la arepa sobre el fregadero y salió a ver quien
había llegado. Era Pedro.
–
Bendición, mamá. – dijo mientras se descolgaba el bolso de la espalda.
Pedro
era el hijo más inocente de Teresa. Era el único que tenía visión de sacar a la
familia de aquel barrio. En su mirada se podía notar todos los malos ratos que
ha tenido que vivir en el barrio Los Sueños, barrio en el que vivía junto a su
familia desde su nacimiento.
–
Dios me lo bendiga, ¿no viste por ahí a tu hermano Henderson?
– No
mamá, a quien vi fue a La Cristi, pero se quedó en el poste hablando con La
Negra.
–
Esa muchacha, y eso que le dije que se viniera pa’ la casa temprano – Teresa se
colocó una mano en la cabeza y una en el pecho – siento algo muy malo aquí en
el pecho, hijo.
–
Tranquila, vieja. No pasa nada malo, ya verá que esos dos llegan ahorita.
Teresa
abrazó a su hijo muy fuerte y le dijo con los ojos cerrados
–
Claro que si mi amor, tienes toda la razón, nada malo va a pasar. – Soltó a su
hijo pero antes le dijo que fuera a lavarse las manos que ya las arepas iban a
estar listas.
El
joven recogió el bolso y se encaminó a su cuarto, mientras la madre regresaba a
la cocina a montar la otra la arepa. Seguía oyendo la radio, pero esta vez
intentaba tararear a Juanito Alimaña de Héctor Lavoe.
Por
otro lado estaba Cristina, o mejor dicho, La Cristi, hablando con su amiga La
Negra, en la puerta de la casa de esta.
–
¡Ay chama! ¿Pero tú crees que Johnny se tarde mucho? Ya mi mamá anda con una
llamadera, que suba, que si ya es tarde, que fastidio, no sé cuándo dejará el
fastidio.
– Cristi
pero eso es culpa tuya porque no le has puesto los palitos, mira la mía, ya
dejó esa ladilla.
La
Negra era considerada la más popular en el barrio Los Sueños, tenía 27 años y
todos los muchachos de allí, según los vecinos, ya habían pasado por debajo de
sus faldas. No solo era conocida por eso, sino por su gran maña de masticar
chicle y por vestir ropa elaborada con poca tela. A las demás muchachas les
encantaba estar con ella.
– Si
chama, ¿pero cómo hago? Tu no vez que se escuda con la enfermedad esa que
tiene.
–
Bueno, no sé, así no puedo ponerte a valer, mira que con esas piernotas que tú
te gastas, más de uno es capaz de pagar unos buenos palitos.
–
¿Qué es Negra tas loca? No, chama, ahí si que no te juego yo. Yo puta no soy.
–
¿Acaso yo soy puta? Yo solo me divierto. Hay que ver que tú siempre vas a ser
la misma galla hijita de mamá.
La Cristi
frunció el ceño y quiso decir algo para no quedar como tonta delante de La
Negra, pero en ese momento, Johnny llegó y le tapó los ojos.
– ¿Y
quién es la mamacita más mamacita de todo este barrio? – dijo Johnny mientras
sus manos estaban puestas en la cara de La Cristi.
La Cristi
se pudo quitar las manos de la cara y se dio la vuelta para plantarle un beso a
Johnny. La Negra se aclaró la garganta para interrumpir.
–
Pero bueno, entonces, si se van a comer aquí para qué les voy a prestar la
casa. Mi mamá llega en una hora, así que apúrense antes que me arrepienta.
La Cristi
se sonrió pero no dijo nada, agarró a Johnny y le echó un jalón para invitarlo
a pasar. Pero fue detenida por su amiga.
–
Epa, epa, parámelo ahí. ¿Ustedes creen que esto es gratis? No vengan ustedes,
Johnny, hermano, bájese de la mula – La Negra extendió una mano exigiéndole
dinero.
Johnny
la miró fijamente con cara de pocos amigos, pero sin decir nada, sacó dos
billetes de 100 del bolsillo de su pantalón y se los entregó. Esta agarró sus
billetes, los enrolló y se los metió entre el sostén.
–
Bueno, tienen una sola hora, así que apúrense, y no quiero reguera.
Los
tortolos pasaron y La Negra se quedó parada en la puerta, saludando a todo el
que pasa y mascando chicle como una llama. En ese momento, una señora vecina se
detuvo frente a La Negra y la enfrentó.
– Bien sinvergüenza que eres tú, claro, como tú
eres así, quieres poner a todas las niñas del barrio igualita – la señora
hablaba con voz muy decida.
–
Mire no sea tan salía, yo no le estoy sinverguensiando nada a nadie y menos a
una hija suya, así que no se meta en peo ajeno.
– Si
me meto porque yo conozco a la madre de esa niña y es una buena persona…
–
Pero es que usted vio entrar a la mamá o a la hija, deje el chisme y dele por
ahí.
La
señora muy ofendida se retiró haciéndole mala cara a La Negra. A esta no le
importó y se quedó parada en la puerta como si nada hubiese pasado, mientras
adentro de su casa, pasaba de todo.
– No
tienes ni idea de cuánto tiempo yo estuve esperando este momento – le susurraba
La Cristi a Johnny en el oído mientras este de forma acelerada le besaba el
cuello y bajaba hasta sus senos.
–
Sí… sí… yo también – decía Johnny de forma entrecortada mientras le quitaba la
franela del liceo a La Cristi.
– Yo
te amo, Johnny, quiero ser tu novia.
–
Cállate, no digas nada, solo déjate llevar – Johnny se levantó de la cama y le
pidió que lo desnudara.
Ella
hizo caso a la orden que este le había dado y procedió a quitarle la ropa.
Johnny
era el chico más deseado del barrio Los Sueños. Siempre era considerado el
galán del barrio. Su cabello castaño claro peinado parado de punta con gel
fijador, y sus facciones extranjeras hacían que todas las niñas, más que todo
las colegialas, se deslumbraran por él, y muchas habían soñado con verlo
desnudo, y al parecer, Cristina, la hija de Teresa, estaba haciendo su sueño
realidad.
Ella
estaba completamente enloquecida por Johnny, y más ahora que sus manos tocaban
el pecho tan definido que este tenía. Siempre que lo veía jugando Basquet en la
cancha, sin camisa, era motivo para que La Cristi sintiera más profundo aquello
a lo que ella llamaba amor.
Johnny
sin pensarlo dos veces, también la desnudó y la tumbó sobre la cama. Ella
seguía diciéndole cosas al oído mientras este, de forma morbosa, le hacía el
amor, o al menos eso era lo que ella creía que eso era hacer el amor.
Teresa
le sirvió la arepa a Pedro, el único hijo que había llegado a casa. No se sentó
en la mesa con él y se excusó diciendo que no tenía hambre, que iba a
aprovechar y lavaría un poco de ropa.
Antes
de ir a la platabanda de la casa a lavar, pasó por la cocina y miró la hora en
el viejo radio. Eran las 7:20 PM y sus otros hijos, nada que llegaban. Se fue
directo a la platabanda a distraerse lavando, pero algo le seguía diciendo, en
lo más profundo de su corazón, que algo muy malo iba a ocurrir esa noche.
Henderson
estaba con sus amigos del barrio en La Pared del Asesino, lugar denominado así
por los vecinos de Los Sueños, a raíz de la cantidad de personas a la que le
quitaban la vida en esa pared.
–
Mira chamo, hace rato vi a tu hermano y me dijo que tu vieja te anda buscando –
le dijo uno de los chamos a Henderson.
– Ah,
sí, coño esa vieja si es necia, un día de estos se va a morir de un infarto de
tanta preocupadera, en vez de quedarse quieta.
No
hacía falta escuchar mucho a Henderson para darse cuenta de lo mal hablado que
era, y tampoco hacía falta verlo mucho para darse cuenta de qué persona era. Su
aspecto era de un malandrito del barrio.
–
Mira menol y trajiste el beta
–
Claro menol, ese beta está al tiro – dijo el amigo de Henderson que acababa de
llegar, quitándose un bolso que colgaba en su espalda.
– Bueno
has la llamada rapidito pa’ salir de este beta de una vez – Henderson al
parecer daba órdenes a su grupito.
–
¿Mira y tu vieja sabe que tu andas en este negocio? – preguntó el amigo de
Henderson.
–
Claro, ¡tú eres loco ramón!, claro que sabe… deja la paja y dame lo mío.
El
amigo sacó del bolso dos pistolas, una se la entregó a Henderson y la otra se
la metió bajo la franelilla.
–
¡Fino! Ahora has la foquin llamada
pa’ irnos de aquí antes que nos echen la paja y bajen las brujas.
Henderson
estaba inquieto, parecía perturbado. Miraba a todos lados. En una de esas se
sobresaltó cuando su teléfono sonó. Era Teresa.
–
¿Qué quieres vieja? Sí, ya voy pa’ allá. Quédate quieta vale, ya voy pa’ allá.
Colgó
el teléfono y se lo guardó. Quiso preguntarle a su amigo que qué había pasado
con la llamada, pero no pudo, de pronto vio como de ambos lados venían apuntándolo sus
enemigos.
La Cristi
se estaba poniendo el pantalón cuando La Negra les tocó la puerta del cuarto.
–
Epa, tortolos, ya bájenle dos que se tienen que ir, mi mamá puede llegar en
cualquier momento.
– Ya
vamos – fue Johnny quien contestó.
Se
levantó y se vistió rápido, tomó a La Cristi de la cintura y salieron de la
habitación. Afuera estaba La Negra esperándolos.
–
Ujum, pero mírenle la cara a La Cristi, eso como que estuvo bueno – exageró una
carcajada y se dirigió a Johnny – Me regalas un minuto.
–
¿Estaba virgencita la pollita? – preguntó.
–
Eso lo que estaba era divino. La muy tonta piensa que somos novios o algo así.
A la primera de cambio la mando a que le dé por ahí, ya tuve lo que quería.
La
Negra sonrió y antes de regresar con su amiga, le estampó un beso a Johnny y le
agarró el pene sobre el pantalón.
–
Espero que más tarde vengas a devolverme el favor – Lo soltó y salió meneando
las caderas para provocar a Johnny.
Pedro
subió a la platabanda de su casa con una arepa sobre un plato de peltre y un
vaso de leche para su mamá.
–
Madre, ya, deje esa ropa así y venga a comer, seguro que mis hermanos están por
llegar.
–
¡Ay mijo!, por qué no dejó esa arepa allá abajo, yo lo que menos quiero es
comer, ando preocupada por el loco de su hermano y por la alborotada de La Cristi.
– Dejó la ropa en el lavandero y se secó las manos de un delantal que se había
colocado.
Pedro
se conmovió tanto al ver el rostro de su madre tan descompuesto. Sus ojos
estaban cansados, unas bolsas le colgaban de ellos. Tenía los cabellos
despeinados de tantas veces que se pasaba las manos sobre la cabeza.
-
Madre yo sé que no te gusta que hablemos de esto, pero tú no has pensado en
hablar con mi papá y mandar a Henderson para allá, usted no ve que aquí anda en
malos…
–
Ningún papá, ningún papá, yo me he cansado de decirles a ustedes que no tienen
papá, su único papá soy yo, que me he reventado pa’ criarlos, no él, que nos
abandonó en la primera que pudo.
–
¡Tranquila, mamá! Pero es que es la única manera que veo para sacar a Henderson
de este barrio antes que algo malo le vaya a pasar.
–
¡Ay, hijo! Créeme que lo he pensado, pero no quiero molestar a ese señor para
nada.
–
Mamá pero entonces que vamos a hacer, ya Henderson está metido en esa mala
vida, lo que falta es que mate por ahí.
– No
te permito que vuelvas a decir esas cosas de tu hermano, tú no puedes decir que
es un malandro, tú no lo has visto robando ni consumiendo, ni matando.
–
Por eso mismo, mamá, no lo hemos visto, pero los vecinos del barrio más de una
vez han venido a decirte…
–
Los vecinos que se ocupen de sus propios asuntos – dijo alzando la voz como
para que todo aquel que pudiera estar escuchando, la oyera – yo sé quien es mi hijo y ese muchacho lo que
me salió fue tremendo, pero no malandro, no te voy a permitir que estés
diciendo esas cosas de él.
–
Mamá, es mi hermano, yo sé que es difícil, pero lo mismo pasa con Cristina, esa
junta que carga con La Negra, todo el mundo sabe que esa mujer es una loca y
qué andarán diciendo ya de Cristina.
– ¿Y
es que tu comes con lo que digan los demás? – Teresa ya estaba molesta por las
insinuaciones hacía sus hermanos – Mire Pedro, usted es mi hijo pero no voy a
seguir tolerando que hables mal de tus hermanos... La Cristi solo es una niña y
sí, hay que quitarle esa juntica, pero hasta ahí, y Henderson, lo que le gusta
es la calle, ese muchacho nunca en su vida a agarrado una pistola.
Teresa
quiso seguir regañando a su hijo, pero se escucharon varios disparos muy cerca
de la casa. Pedro agarró a su mamá y la tiró al suelo junto a él porque las
detonaciones se escuchaban muy cerca. La madre se soltó de los brazos de su
hijo y bajó corriendo las escaleras de la platabanda mientras se seguían oyendo
los disparos.
Con
cada detonación, Teresa sentía que su alma se iba yendo de su cuerpo. Sin
quitarse el delantal llegó a la puerta. Cuando tiró su mano para abrirla, Pedro
la detuvo y un disparo pasó por la ventana de la casa.
Ambos
se tiraron nuevamente del suelo y oyeron como la gente comenzaba a gritar.
Aquellos gritos hacían que a Teresa se le pusiera la piel de gallina. Con cada
grito sabía que algo muy malo había pasado y su corazón de madre le decía que
ese algo malo tenía que ver con su hijo, con Henderson.
Antes
que pudiera salir corriendo de la casa, la puerta se abrió de par en par, era
una vecina que llegaba con una noticia que Teresa jamás quiso oír en su vida.
La Cristi
se metió corriendo de nuevo para casa de La Negra e intentaba retener a Johnny
para que no saliera para la calle. Ya todo el tiroteo había pasado, pero este
quería salir a ver qué había pasado.
–
¿Qué te pasa vale? Déjame salir – Johnny manoteaba para apartar los brazos de
La Cristi.
– Tú
no ves que se estaban cayendo a tiros. Espérate un rato, yo también tengo que
irme para mi casa.
– Si
yo quiero salir yo salgo chica, deja la ladilla – Johnny volvió a apartar los
brazos de la chica.
– No
voy a dejarte salir amor, no voy a dejar que te pase nada malo en la calle.
Aquello
hizo que Johnny soltara una carcajada que se pudo oír hasta la calle. La Negra
se tapó la boca para no dejar mostrar la risa y se fue hacía la cocina de su
casa.
–
¿Cómo fue que me llamaste? Tú estás loca o qué vale, yo no soy ningún amor
tuyo.
– Pero
si tu y yo acabamos de…
–
¿De qué? ¿De hacer el amor? Te volviste pero loca, tu y yo lo que tuvimos fue
sexo y uno bien rico por cierto.
–
Pero si tú me decías que me querías… La voz de la chica demostraba ganas de
llorar.
–
¡No hija! Dele por ahí, yo no quiero pegoste en mi vida, así como estoy, estoy
bien, si tú creías que nos habíamos empatado o algo, bájese de esa nube.
Antes
que La Cristi pudiera decir algo y evitar que por sus ojos se asomaran gotas de
lágrimas, una mujer comenzó a tocar la puerta como loca.
–
Negra, Negra sal, hay un muerto en la pared del asesino.
La
Negra salió de la cocina con un vaso de agua, lo dejó en la sala y fue
corriendo a averiguar. Johnny empujó a La Cristi, y esta se limpió las lágrimas
antes de ir a ver qué había pasado.
Teresa
empujaba a toda gente que veía en su camino sin importarle quien fuera.
Realmente ella no podía ver ni siquiera, solo quería llegar a la pared del
asesino para asegurarse que su vecina se había equivocado, y que Henderson no
podía haber sido el muerto.
La
mujer dejó las cholas tiradas en las escaleras y no le importó seguir corriendo
descalza. En su mente le llegaban recuerdos de Henderson cuando estaba pequeño
y lo veía jugando con sus juguetes, lanzando su primera pelota de beisbol,
pateando su primer balón… Un nudo le tapaba la garganta, pero por sus ojos
caían cascadas de lágrimas que le nublaban la vista.
La
pared del asesino no quedaba muy lejos de su casa, estaba al finalizar las
escaleras. Teresa, a la que aun le faltaban varios escalones, pudo ver a un
joven tirado en el suelo con la franelilla bañada en sangre. El cuerpo estaba
boca abajo. Pudo reconocerlo por la gorrita nike que ella le había regalado en
navidad.
Sin
llegar, su corazón comenzó a latirle a mil por horas, y no por el cansancio,
no, Teresa lo que menos sentía era dolor en sus piernas, lo único que le dolía
era su corazón. Al llegar al cuerpo del joven, las piernas no le respondieron
más y se cayó sobre su hijo bañado completamente de sangre.
La
gente intentaba levantarla pero esta lanzaba golpes y arañazos a todo aquel que
intentaba alejarla de su hijo. Ni siquiera Pedro pudo recogerla. Este decidió
armarse de valor para controlar a su madre, pero realmente tenía ganas de
tirarse al igual que ella sobre el cuerpo sin vida de su hermano.
Teresa
gritaba desesperadamente y los vecinos dejaron de internar calmarla. No había
nadie que pudiera controlarla. De su boca lo único que salía eran llantos
desgarradores que le helaban la piel a todos los que presenciaban la escena.
Pedro se agachó a su lado y colocó una mano sobre el hombro de su madre
mientras que con la otra tocaba las piernas llenas de agujeros de su hermano.
La Cristi
llegó y al igual que su madre, se abalanzó sobre su hermano y eran ahora tres
llantos que se oían cerca del cuerpo.
Uno
de los vecinos comenzó a tomarle fotos a Henderson y Teresa vuelta una fiera
dejó a su hijo en el suelo y se abalanzó sobre el vecino, demostrando lo que
una madre era capaz de hacer por su hijo, aunque este estuviera muerto.
–
Deja de estar tomando fotos. Deja a mi hijo en paz – Teresa tenía la cara llena
de lágrimas. Agarró vuelta una fiera el teléfono del vecino y lo estrelló
contra la pared.
Se
tiró de rodillas y comenzó a tirar de sus cabellos y a pasar las manos
ensangrentadas por su rostro.
–
¿Por qué no me hiciste caso Henderson? Te dije que te vinieras para tu casa. Ay
hijo, por qué tú, por qué tuviste que ser tú.
Las
palabras ya no podían salir de su boca debido al nudo tan fuerte que tenía en
su garganta. Volvió a agarrar a su hijo pero esta vez le dio la vuelta y el
rostro de Henderson era irreconocible.
Pasaron
varios minutos y ya Pedro se había vuelto a recomponer e intentó levantar a su
madre, quien ya estaba completamente silenciosa pero no soltaba a su hijo. La
mirada de la mujer estaba completamente perdida. La Cristi en cambio, estaba de
pie frente al cuerpo de su hermano, abrazada a La Negra, quien tenía la boca
abierta por la escena que veía.
Pedro
pudo levantar a su madre y al pasar 30 minutos, llegaron los del C.I.C.P.C y
algunos reporteros. Los policías comenzaron a hacer su trabajo y Teresa no
respondía a ninguna de las preguntas que estos le hacían.
Un
periodista se le acercó y solo hubo una pregunta que fue capaz de sacarle
palabra.
–
Señora, ¿usted era la madre del joven?
–
Era no, soy la madre del joven. Él era un muchacho sano, no se metía con nadie…
y estos delincuentes vinieron y me lo mataron. Yo quiero aprovechar y decirle
al único culpable de toda esta violencia en los barrios. Señor presidente,
póngase un minuto en mi lugar y explíqueme que se siente perder a un hijo de
esta manera. Seguramente usted nunca habrá pasado por esto y ni Dios quiera que
lo pase porque este dolor tan gigante no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Teresa
apartó el micrófono de un manotazo y rompió en llanto nuevamente, mientras
Pedro la mantenía entre sus brazos. La gente comenzó a murmurar y a sus oídos
solo pudo llegar una oración: “Si claro, un muchacho sano, y hasta malandro era
la ratica”. Aquello provocó que siguiera llorando, pero por un momento
retrocedió el tiempo y recordó lo que escuchó en la radio hace una hora cuando
había llegado a su casa. El periodista se paró frente a la cámara y comenzó a
hablar.
***
La victima respondía al nombre de Henderson Manrique, según su madre era un
joven que no se metía en problemas, sin embargo los vecinos afirman que formaba
parte de una banda de delincuentes que operan en el barrio Los Sueños. El
crimen fue cometido luego de una balacera que tuvo lugar en la escalera N°8 de
la zona, zona apodada por sus habitantes como La Pared del asesino. Esta es
toda la información que tenemos hasta los momentos y más adelante, en la
emisión estelar, ampliaremos los detalles.
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