Adamuz y la Unión de Tres Razas
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Pesadilla
Capítulo 1. Pesadilla |
Samantha
se encontraba escondida tras un cajón muy alto color azabache envejecido. Una de
sus gavetas estaba entreabierta, de la cual salía una luz, una luz que por un
momento creyó que iluminaba casi media habitación.
Se apretujó aún más detrás del cajón
porque oyó que alguien entraba en la habitación, alguien cuya voz le era conocida.
- ¡Aquí nunca la encontraremos!... este lugar
es muy obvio como para que ella esté aquí… pero, ¿por qué perder el tiempo?,
mejor llevémonos el libro de una buena vez, ¡VAMOS! Abre el cajón… ¡APRESÚRATE!
Samantha sintió por aquél libro una
gran admiración aun sin saber de qué libro hablaban, sólo le importaba que de
alguna manera aquél era más importante que ella porque si no, ese hombre, al
que ella casi le reconocía la voz, no habría dejado de buscarla.
Mientras daba y daba vueltas a su
cabeza para encontrarle lógica a la situación, sintió de repente como si una
fuerza desconocida, fuera de este mundo, la tomara por la playera color rosa
que cargaba puesta y la arrastrase hacia la pared, como si hubiera una especie
de pasaje dentro de ella. Dio vueltas y vueltas por un túnel de muchos colores
donde pudo visualizar escenas que ni siquiera podía entender, hasta que por fin
oyó un fuerte golpe y cayó sobre su cómoda cama toda bañada en sudor.
Se despertó muy acelerada, el
corazón le latía a mil por horas, sentía una fuerte sensación de migraña que no
podía aguantar. Muy pronto pudo notar que fue lo que la despertó: el ruido de
la TV encendida que había en su habitación, una vieja y diminuta TV, en donde disfrutaba de sus programas favoritos días
tras días.
Cuando intentó pararse a apagarla oyó
unos pasos por el pasillo que da a su habitación y el ruido que hacía su puerta
al abrirse. Para sorpresa era su madre. La mujer al entrar puso cara de asombro
al ver a Samantha en el estado en que se encontraba, porque siempre, así sea a
la hora de levantarse, Samantha tenía cara de alegría y la recibía con un
fuerte ¡BUENOS DÍAS, MAMÁ! Que en ese momento no demostró.
Samantha
es una joven de 15 años, poseedora de una belleza que cualquier niña de su edad
quisiera tener, pero que ninguna otra la envidiara. Era alta y con una delgada
figura mezclada con su simpatía y dulzura que junto a sus ojos de color canela,
hacen la combinación perfecta.
La madre al verla así, le dijo con
voz preocupante y eligiendo las palabras perfectas, le preguntó: -¿Te… sientes…
bien, hija?
Samantha aún muy acelerada y con
aquella migraña le dijo a su mamá que todo estaba bien, pero algo le decía para
sí, que no todo estaba bien.
-
Sí, todo está perfecto.
-
¿Pero por qué estás así? – preguntó su mamá.
Con
un gesto disimuló el fuerte dolor de cabeza que tenía y rápidamente, se dedicó
a responder.
-
Sólo fue… solo fue una pesadilla mamá, sólo… una pesadilla.
En ese momento su madre iba a seguir
interrogándola por aquella cara tan demacrada que tenía, pero su pregunta fue interrumpida
por una llamada del tío de Samantha.
-
¡Hola! ¿Cariño, cómo estás?, ¿Cómo está mamá?
Los padres de Samantha también eran
jóvenes, su madre se llamaba Elena, una mujer de 35 años, casada pero separada.
Vivía sola con Samantha desde que ésta tenía 3 años. Era abogada, trabajaba en
un bufete, donde casi siempre tenía que hacer viajes a pesar de no tener nada
que ver con su trabajo. A diferencia de Samantha, Elena era de estatura
pequeña, pero con sus mismos ojos color canela.
De carácter muy dominante, pero apenas ella se proponía a sacar permiso
para algo, con sólo hacerla reír bastaba, una madre que cualquiera desearía
tener, o eso es lo que al menos pensaba ella.
Como dicen que no todo puede ser
perfecto, para desgracia de Samantha, su padre era un hombre que no le importó
abandonarlas a ella y a su madre sin ninguna explicación.
Mientras Elena conversaba por
teléfono con Edgar (Su hermano, el tío de Samantha) que se encontraba fuera del
país por motivos de salud de su madre, la chica se levantó de la cama, salió
corriendo olvidándose de la fuerte migraña que tenía, porque lo único que le
importaba era que si no se apresuraba, llegaría tarde a su primer día de clases
en su último año de bachillerato.
Miró hacia su reloj y notó que eran
exactamente las seis de la mañana y este también marcaba con pequeñas letras
rojas, la fecha en la que se encontraba, Lunes 7-9-2007, y seguidamente con una
nueva preocupación en la cabeza, (llegar temprano como fuese a clases) apagó la
TV y salió corriendo antes que su madre (que ya había terminado la conversación
con Edgar) fuera a meterse en el baño primero que ella. En cuestiones de
minutos ya estaba duchada, entró a su habitación, buscó en su closet una
playera azul de mangas cortas, con un jeans de color negro y unas zapatillas Converse que casi siempre cargaba con
ella. Al terminar de vestirse y de peinar su larga cabellera lisa y castaña,
consultó su reloj de pulsera y vio que faltaban 20 minutos para comenzar su
primera clase del día y que aun no tenía idea de cuál sería.
Bajó corriendo las escaleras que
conducían a la cocina, en ella ya la esperaba su madre arreglada y con el
desayuno servido. A Samantha no le dio tiempo de comer el tazón de Korn Flakes que había sobre el mesón. Sólo
tomó un sorbo de café de su madre, cogió su mochila y salió corriendo por la
puerta trasera. Por un momento sintió un gruñido proveniente de su estomago,
pero se dijo a sí misma que más tarde probaría algo de comer.
Con una expresión de olvido salió
corriendo a su casa, cogió su celular y besó a su madre despidiéndose de ella y
diciéndole que se verían luego.
-
Mamá, bendición, nos vemos más tarde, voy retrasadísima, no quiero llegar tarde
a mi primer día de clases, a mi nueva escuela… ¡Te quiero! ¡Cuídate!
Ahora sí salió a toda prisa sin
devolverse a buscar nada.
Como ya se había vuelto costumbre, Samantha
cada año tenía que cambiar de colegio, puesto que su mamá realizaba viajes
desde que comenzó a trabajar en el bufete, y, por lo tanto, debía acompañarla.
La casa donde estaban viviendo había
pertenecido a la familia del papá de su papá, él, antes de marcharse, lo único
que le dejó a su hija fue esa casa ubicada en Valle Grande.
Como es normal en Samantha, aunque
estuviera en los peores momentos, siempre contaba con una simpatía
indescriptible. En medio de su preocupación, se dijo a sí misma:
-
Por lo menos éste será el último año que cambiaré de colegio… ¡CLARO!, este es
mi último año de escuela.
Con una sonrisa que se dibujó en su
rostro tomó el bus que se dirigía a
la calle más cercana que había para llegar a su nueva escuela, una escuela donde
ella tenía las esperanzas que fuera mejor a las anteriores y que de una vez por
todas, encontrara la paz y la tranquilidad que tanto deseaba… y necesitaba.
...
2
San Ignacio de Compostela
Cap. 2. San Ignacio de Compostela |
El día estaba
esplendido, el cielo despejado y el sol iluminaba las calles, un día perfecto
para disfrutarlo al máximo.
Samantha ya estaba en el bus muy
ansiosa de llegar rápido. Para su suerte, el camino estaba despejado, no había exceso
de cola alguna. Por fin llegó a la calle San Diego. Era una calle larga y
vacía: no había nadie, absolutamente nadie. Sólo a lo lejos se veía la figura
de un hombre. A Samantha le pareció muy extraño. Al final de aquella calle, se
podía divisar la estructura del colegio.
Mientras buscaba en el bolsillo de
su pantalón un par de monedas para pagar el bus, pudo ver cómo aquel hombre
caminaba hacia el colegio, y en sus manos tenía algo que brillaba mucho, por un
momento recordó aquella luz que salía del cajón en su sueño.
El conductor le devolvió el cambio,
se bajó y se encaminó por aquella calle. En realidad no era muy larga, pero lo
misteriosa que se veía, la hacía percibir así, como si nunca se fuese a
terminar.
Sin darse cuenta ya estaba frente a
la fachada del colegio, allí había clavada con mucha delicadeza, un letrero que
rezaba:
Colegio San Ignacio de Compostela
Institución
con más de 50 años de fundada por el señor Facundo Magnolia, dirigida a todas
aquellas personas que desean experimentar el maravilloso mundo del aprendizaje.
Por
tercera vez volvió a consultar su reloj y vio que ya eran las 7:30am. Sabiendo
que ya era imposible llegar temprano, se calmó un poco y siguió con pasos más
tranquilos. Para sorpresa no era la única que iba tarde. Un chico de piel
morena, alto y de cuerpo muy atlético, iba corriendo con una parte de la
franela por fuera y la otra por dentro, con la mochila guindada por una sola
asa y con un trozo de pan en la boca. Samantha un poco tímida se le acercó
-
Disculpa… veo que también vas tarde.
El chico todavía con el pan en la
boca le contestó: - Ghi… ueno… algo.- Samantha un poco atónita comprendió que
lo que quiso decirle fue que: ¡Sí!, bueno, algo.
Antes que le preguntara su nombre el
chico se presentó.
-
Mucho gusto, me llamo Michael. – Soltó una sonrisa tímida y siguió.- Es primera
vez que piso esta escuela y estoy un poco perdido, ¿será que tu puedes…
ayudarme?
Samantha hizo gesto de decepción
cuando Michael le dijo que era nuevo, ella tenía las esperanzas de que fuera él
quien la ayudara a encontrar su salón. Con voz tímida le dijo:- ¡Lo siento!
Pero… estamos en las mismas condiciones, yo también soy nueva y… mucho gusto,
me llamo Samantha.
-
¡OH! ¡Samantha!, bonito nombre.
-
Gracias.- sonrojada por el halago de Michael decidió cambiar de tema.- Creo que
deberíamos entrar, estamos atrasados y aún no sabemos en qué salón quedamos. Ambos caminaron hacia
las instalaciones del colegio conociéndose un poco más. Cuando llegaron a la
puerta una mujer rellenita, con voz antipática y un poco odiosa, que llevaba
consigo una blusa vinotinto, floreada y con unas gafas que resaltaban en sus
ojos, les indicó que se detuvieran.
-
Oye, ¡Hey! ustedes dos, ¡deténganse!, ¿a dónde creen que van?
-
eee… a clases.- Respondió Michael con voz temblorosa y con una mano presionando
el brazo de Samantha.
Samantha de un disimulado tirón,
jaló su brazo y sintiendo como la sangre dejaba de fluirle en el lugar del
apretón, también intervino en la pregunta de la señora.
-
Sí, a clases, es que llega…
Antes que pudiera terminar lo que
iba a decir, fue interrumpida por la señora gorda y mal vestida de la puerta.
-
Pues lo siento, pero está muy tarde como para que dos insolentes mocosos como
ustedes, vengan e interrumpan la tranquilidad que siempre he intentado
controlar aquí en el San Ignacio de Compostela.
-
Disculpe señorita pero nosotros sólo queremos encontrar nuestra clase, ¿Nos
podría ayudar? – Samantha como si intentaba controlar a una yegua salvaje, le
pidió “por favor” tres veces.
La señora gorda sacó de su bolsillo
izquierdo un peine y con él se aliso el cabello que en vez de parecer eso,
cabello, parecía un montón de pajas amarradas con un listón de color vinotinto.
Con voz más calmada y pacifica se dirigió a Michael y Samantha.
-
¡BIENVENIDOS!, Soy la señora Magnolia, Esperanza de Magnolia, directora de esta
prestigiosa institución fundada por mi esposo que en paz descanse, el señor
Facundo Magnolia.- Con tono como si no comprendiera nada, les preguntó a los chicos
cuál era el año que iban a cursar – ¿y ustedes que año vienen a cursar?
Antes que Samantha respondiera,
Michael se apresuró en contestar, dejándola con la boca abierta intentando
decir de qué año era.
-
De 5º año, soy de 5º año… quiero saber cuál es mi sección y dónde puedo
conseguir el horario, estoy ansioso por comenzar… quiero ver chicas lindas.
Samantha al escuchar el año el cual
iba a cursar Michael, se dirigió a él, en lugar de a la señora Magnolia.
-
¡NO!, ¡DE BROMA!, yo también curso 5º año, que casualidad.
Los chicos entablaron una
conversación de asombro, olvidando por completo que la señora Magnolia estaba
allí. La señora Magnolia al ver esto, rompió la conversación aclarándose la
garganta.
-
Veo que ambos están contentos de cursar el mismo año,- los chicos comprendieron
que aquello le molestaba mucho a la directora y cesaron la conversación- Voy a
necesitar que ambos me den sus nombres y apellidos para ver en cuál de las
secciones de 5º están inscritos.
En ese momento, sacó del escritorio
que estaba cerca de ahí, una carpeta que contenía todas las secciones de cada
año que había en el colegio.
Buscó la lista de los tres 5º y
procedió a escuchar a los chicos. Esta vez Samantha dejó a Michael con la boca
abierta.
-
Samantha Sophia Martínez.
La señora Magnolia recorrió toda la
lista de 5º A, pero no la encontró. Buscó en la lista de 5º B y tampoco,
procedió con la de 5º C y ahí estaba: Samantha S. Martínez.
-
Sí, aquí estás .- Dejó la lista en la mesa, entrecruzó las manos y fijó la
vista en ella.- Tu sección es la C… aquí está tu horario.- Abrió la gaveta del
escritorio y sacó una carpeta de color naranja con azul, que tenía todos los
horarios de todas las secciones del colegio San Ignacio de Compostela.
-
Toma querida… aquí está. Deberías apurarte para ver si el Prof. Bernard te deja
entrar a clases de química, ya tiene como 30 minutos de haber comenzado.
Samantha vio su reloj por cuarta vez
y notó que ya habían pasado 15 minutos desde que había llegado al colegio.
Angustiada porque el Prof. Bernard no la fuese a dejar entrar a clases, cogió
su horario y estuvo a punto de salir corriendo hacia las escaleras, pero se
detuvo al oír la sección que la Señora Magnolia le dijo a Michael.
-Usted
también está en la sección C… como le dije a su compañera, ¡Apresúrese! Están
llegando tarde.
Samantha y Michael se miraron con
felicidad sabiendo que ambos iban a estudiar el último año, juntos.
Salieron a toda prisa por las
escaleras y cuando llegaron al primer piso se detuvieron.
-
Samantha espera, veamos en qué aula nos toca química.- Con una expresión de
agotamiento inexplicable, ya que solamente habían subido un piso, Michael sacó
su horario del bolsillo y consultó en voz alta.- química…química… química… no
dice aula.
Samantha miró su horario para ver si
era cierto lo que Michael decía, y vio escrito en la parte superior de la hoja,
con una fina letra mecanografiada: C-5.
-
Debe estar en el quinto piso, solamente nos asignaron un sólo salón para todas
las clases. Supongo que C será la sección y 5 será el piso.- Habló como si ella
entendiera o conociera la forma organizacional de las autoridades del colegio.
Ambos intercambiaron miradas como de
haber tomado la casi afirmación por verdadera. Se encaminaron al quinto piso.
Mientras subían las escaleras
pudieron observar que el Colegio San Ignacio de Compostela era muy grande, con
una estructura antigua pero muy solida. Era muy parecida a una casa de la época
colonial. Grandes y largos pasillos formaban aquella estructura. Iluminados con
lámparas de alta categoría y con una limpieza excepcional que al parecer
mostraba tranquilidad y disciplina en todo el colegio.
El colegio San Ignacio de Compostela
a pesar de ser muy exigente y el más disciplinado de todo Valle Grande, no exigía
el uso de uniforme escolar, pero si exigía el uso de una insignia en forma de
escudo con tres letras de color azul oscura bordada sobre un color naranja. Las
letras eran: S.I.C (San Ignacio de Compostela).
Por fin llegaron al quinto piso y de
una vez pudieron visualizar el salón C, habían seguido la secuencia de los dos
salones anteriores al de ellos. El A y el B.
Por un momento, los dos vacilaron
para ver quién se atrevía a tocar la puerta, pero antes de que lo hicieran, por
la ventanilla vieron la sombra de un hombre que se dirigía hacia ellos para
abrirles. Ésta se abrió y Samantha sintió como si su mamá fuese la que abrió la
puerta después de haber llegado de una fiesta a la cual nunca había pedido
permiso.
...
3
-
¡BUENOS DIAS!- Dijo el profesor Bernard a los chicos. Al ver que no se movían
les dijo:- ¡vamos! ¿Qué esperan?, entren… la clase aún no comienza.
El profesor Bernard les indicó que
tomaran asiento. Para su sorpresa solo había dos asientos en la misma mesa que estaba
sentada una chica de aspecto un poco desagradable. Cuando tomaron asiento, la
chica intentó hablarle pero sus palabras fueron interrumpidas por la voz gruesa
de aquel joven profesor.
-¡BIENVENIDOS!,
soy el profesor Rafael Bernard- enseguida escribió su nombre en el pizarrón
seguido de su correo electrónico.- Este año la directora Magnolia me asignó
para enseñarles química a los alumnos de 5º año. ¡Química! ¡OH…Química!... Me
imagino que todos le temen ¿verdad?- hizo esa pregunta con una mueca en el rostro.-
Pero de ahora en adelante les aseguro que les gustará muchísimo. Pero de eso
hablaremos luego, mejor… mejor… ¡TÚ!- Se dirigió a una chica bellísima de piel
blanca, cabello rizado color oro, y con una elegancia irresistible… Taylor
Mackenzie, la presentadora y actriz del canal televisivo Visión TV.- Por qué no
nos cuentas un poco de ti… Taylor.
La voz del profesor inmediatamente
fue interrumpida por la melodiosa voz de Taylor. Samantha por un momento creyó
que todos los chicos necesitaban un balde para recoger la baba.
-¡Bueno!
eee… ¿Qué más quieren saber de mi?, todos saben lo famosa que soy y ¡BLA, BLA,
BLA!- Rompió con una risita irónica.- Ya todos me conocen-. Hizo un guiño al
profesor Bernard y tomó asiento.
-
Ok señorita, bienvenida a mi clase… a ver usted señorita.
Por un momento Samantha sintió como
si el dedo del profesor Bernard le había pinchado el estomago. Vaciló un
momento y de inmediato se levantó del asiento pensando en lo ridiculísima que
se vería después de haber hablado la famosísima Taylor.
-
Eee…yo… mmm…- No tenía ni la más remota idea de que decir.- Me… llamo Samantha,
vengo de la secundaria Costa Pacífica, tengo 15 años – de repente fue interrumpida por la voz melodiosa
de Taylor.
-
Si, si, si, si… ok bien, pero… si no has notado, no eres la única que debe
presentarse, en este salón hay más personas que quieren hablar.
Samantha sintió otra fuerte punzada
en el estomago y tomó asiento.
-
Tranquila, no le hagas caso, si te lo digo yo que he tenido que aguantármela cuatro
años desde que entre a este colegio.
La chica que se le dirigió era la
misma que estaba sentada junto a Michael y ella, esa que vieron al entrar.
-
Soy Chelsea… como te digo, eso está en su naturaleza, molestar a los nuevos.
Samantha le dirigió una sonrisa
agradable y siguió escuchando a los demás. Antes que el profesor volviera a
apuntar a otro alumno con el dedo, un chico con expresión de superioridad en el
rostro, se levantó de su asiento, se aclaró la garganta y se dirigió hacia
donde estaba el profesor Bernard.
-
Disculpe profesor, creo que la aptitud que han tenido mis compañeros no es la
adecuada. – Comenzó a desplazarse por todo el salón – Supongo que conocen Requena & Álvarez, ese prestigioso bufete de abogados – siguió hablando de la empresa de su padre, hasta que
por fin dijo su nombre. – Soy Roger
Requena, hijo del empresario y también dueño del Club Requena, el Sr. Horacio Requena.
En eso Samantha supo que aquél
jovencito no era más que el hijo del jefe de su madre.
-
¡Muy bien! Roger… así es cómo se presenta, me parece que la señorita Samantha
también lo hizo muy bien. – Guiñó un ojo
a Samantha.
Enseguida el profesor Bernard notó
que ya la clase estaba a punto de terminar.
-
Bueno chicos, la clase ya terminó, me gustaría que para la próxima
investigaran: ¿Qué es la química? Y ¿Qué son nomenclaturas?... ¡Sí! Eso es
todo… eee... pues nuevamente ¡BIENVENIDOS!, ya pueden irse.
Samantha junto a Michael y Chelsea,
tomaron sus mochilas y se dirigieron hacia el pasillo, donde muy pronto
averiguarían cuál era su próxima clase.
El trió de recién amigos consultó su
horario y notaron que tenían una hora libre, así que por lo tanto decidieron ir
al comedor.
-
Samantha creo que no le caíste muy bien a Taylor – dijo Michael esperando un
comentario, pero no fue así, porque ya Samantha tenía la atención puesta en
Roger, el hijo del jefe de su madre.
-
Oye Chelsea, tú… tú que tienes más tiempo que nosotros aquí… ese chico, Roger,
¿es nuevo acá en la escuela?
-
¡Sí! – respondió como si fuese a ganar un millón de dólares por su respuesta –
es nuevo, bueno que yo sepa, nunca lo había visto aquí, pero… ya se fijaron,
parece hasta más misterioso que yo – terminó su comentario, con una risita burlona.
Chelsea era una chica de muy poco
trato, era la más asocial del salón. Era de cabello largo, negro, casi le
cubría la mitad de la cara. Vestida de negro y con maquillaje muy triste.
-
Pero… ¿Por qué… dices… eso? – dijo Michael al tratar de comprender el
comentario de Chelsea.
-
¡SÍ!, no lo ven, o mejor dicho… ¿No oyen la conversación que tiene por
teléfono?
Samantha y Michael se miraron
atónitos. A Samantha le parecía imposible que alguien pudiera oír la
conversación que Roger tenía; primero porque el comedor estaba lleno y lo único
que se oía era como zumbidos de moscas, no se lograba entender las
conversaciones que tenían los demás en las otras mesas.
El comedor del colegio San Ignacio
de Compostela era muy amplio e igual que toda la estructura del colegio: antigua
y muy misteriosa.
Michael dijo entre dientes: “Ya veo
por qué eres misteriosa”.
Roger estaba a tres mesas de ellos.
Era un chico bajito y regordito, de muy mal carácter, solía ser el centro de
atracción.
-
¿Cómo va la búsqueda papá? – Era lo único que Roger repetía cada vez por teléfono.
- ¡PAPÁ!, cómo que no has dado con él, lo necesito, tú más que nadie sabes que
sin él no puedo completar mi objetivo papá… necesito que lo encuentres. Mejor
dicho… papá, vente para acá, hablamos mejor aquí.
Aquella conversación resultó ser muy
misteriosa para Chelsea. Se las contó a los chicos. Samantha no comprendía por
qué le resultaba tan misteriosa, lo único que decía era que buscaba algo con
muchas ganas. Tenía que ser algo muy importante.
Cada uno comió su desayuno, Samantha
tuvo que comprar en el cafetín debido a que no pudo tomar el que su madre le
había preparado antes de salir de casa. Michael al igual que Chelsea, si tenía
su desayuno. La sorpresa de Samantha fue cuando Chelsea sacó de su mochila, un
desayuno como para alimentarse los tres y todavía guardar para más tarde. En menos de 6 minutos, ya había devorado todo
eso y todavía, ella y Michael tenían la mitad. Después de terminar cada uno, se
encaminaron nuevamente al salón C-5 para recibir su segunda clase del día, pero
cuando iban por el segundo piso, Michael sin querer, tropezó a Taylor.
-
TENÍA QUE SER UNO DE USTEDES… ¡NO VEZ POR DÓNDE CAMINAS! – Taylor no le decía,
le gritaba, mientras el pobre Michael no quitaba su mirada de encima de ella.
Sus ojos paseaban desde el cabello rizado
oro, hasta el movimiento de sus labios al hablar. Era como una escena de
película en donde de fondo sonaba la canción only you. Al parecer Michael no sabía que ella le gritaba.
-
Muy común eso en los de tu clase, no pueden ver a una chica tan estupenda como
yo, porque se quedan boquiabiertos.
Chelsea al no soportar la actitud
arrogante y crecida de Taylor, tomó cartas en el asunto. – Taylor… ¿Por qué mejor
no juntas tus asquerosos y maliciosos labios y cierras la boca?... quítate de
en medio, mis amigos y yo queremos subir.
-
¡Vaya!, pero si es la chica misteriosa, que raro… ¡TÚ!, ¿con amigos? – Rompió a
carcajadas – no lo puedo creer, en los cuatro tormentosos años que he tenido
que calarme tu presencia, nunca te había visto con alguien. – De pronto se fijó
en Samantha y le dijo: - Oye, tú… nueva, te recomiendo ser más inteligente y
pasarte con gente de tu estilo... Pero, perdón – soltó una risita provocada - pensándolo bien y viéndote bien, ambas son tal
para cual, tan mal vestidas y grises.
Chelsea estaba a punto de lanzársele
encima a Taylor, pero en ese momento Samantha la agarró por el brazo. Taylor
fijó la mirada en Chelsea con una expresión de superioridad, pero enseguida se
la quitó porque la expresión que tomó Chelsea no fue nada normal. A la misma
Samantha le dio miedo. Después que Taylor salió de su estado de pánico, hizo un
gesto burlón y se quitó de en medio de las escaleras. Samantha y Chelsea
tuvieron que agarrar a Michael por un brazo para poder subirlo arrastre. Él ni
siquiera se había dado cuenta de la discusión.
Llegaron al salón, Michael había
vuelto en sí, volvieron a tomar asiento en la misma mesa y de pronto se hizo un
silencio. Los únicos que estaban en el salón eran ellos y Roger que estaba
sentado al final, que por nada del mundo dejaba de ver su celular.
Samantha no logró disimularlo y en
cuanto sonó el celular de Roger, volteó para mirarlo indiscretamente, fue tan
indiscreta, que él se dio cuenta. Toda la conversación la tuvo con la vista
fija en Samantha y ella con la mirada fija en él. La mirada de Roger era
irónica, con una leve sonrisita y las cejas enarcadas.
Esta vez la conversación pudo oírse,
puesto que el salón estaba casi vacío y las únicas personas que habían, cada
uno andaba en lo suyo. Chelsea estaba mirando con tristeza una fotografía, la
cual Samantha quedó sorprendida porque pudo jurar que había visto un par de
hadas en ella, pero sabía que no podía haber sido hadas, esos seres solo
existían en películas, y la foto que tenía no era ninguna impresión de
internet, era una foto autentica. La expresión de tristeza que reflejaba
Chelsea era tan grande, que ella por un momento también pudo sentirla. Cuando
intentó volver a ver la fotografía, Chelsea se dio cuenta y la guardó
rápidamente en su mochila. Michael estaba jugando con un PSP y estaba muy entretenido, así que no le quedó de otra y se
levantó de su asiento para ir al pasillo. Un poco aburrida, se detuvo y de
pronto fijó la mirada en la entrada y
pudo distinguir un hombre bajito, gordito y un poco canoso; sin ninguna duda
supo quién era: El jefe de su madre.
Roger salió muy apresurado del salón
con su celular en mano. Bajó las escaleras y Samantha pudo verlo escabullirse
en el segundo piso.
Por un momento algo en la cabeza le
decía que lo siguiera, y así lo hizo, comenzó a seguirlo hasta que llegó al
segundo piso y en una puerta entreabierta pudo oír dos voces.
-
¿Cómo que aun no han podido dar con el paradero, papá? – hablaba muy preocupado.
-
Roger, hijo… Es algo muy valioso, según Elena no somos los únicos que estamos
tras él. Al parecer hay otras personas que conocen sobre esto y saben el
secreto que esconde y desean tenerlo igual o más que tú.
-
Pues no sé cómo vas a hacer, pero yo lo necesito. Seguramente es ella… Elena,
no sabe hacer su trabajo papá
-
Elena es de las mejores que tengo para este trabajo. Confío en ella, además…
eee… ¿Quién mas podría hacerlo?
-
Pues no sé papá, no lo sé. Lo único que sé es que lo necesito lo más pronto
posible, y daría todo por tenerlo en mis manos, pero… para mí la estúpida esa,
la Chelsea también anda tras su pista.
Por un momento Samantha sintió ganas
de saber de qué o de quién hablaban, ese algo o alguien que necesitaba Roger
con tantas ganas y que su mamá también estaba buscando tenía que ser muy importante
porque sino Roger no estaría tan angustiado.
Mientras subía al salón recordó el
sueño que había tenido y por un segundo asoció lo que vio en el sueño con lo
que Roger deseaba. Cuando llegó al salón, se dio cuenta que el profesor de
Matemáticas ya estaba ahí. Pidió permiso para entrar y el profesor se lo
concedió por ser el primer día. Vio su clase pero no se podía concentrar en los
polinomios, porque estaba pensando en
lo único en lo que había dicho Roger sobre esa tal Chelsea, ¿Sería la misma Chelsea
que ella conocía?
Sonó el timbre y todos aguardaron en
sus asientos para esperar la última clase del día
...
4
La leyenda
Cap. 4. La Leyenda |
Cuando el timbre sonó,
en lo que el profesor de matemáticas salió del salón, entró Roger más furioso
de lo que siempre aparentaba. Tiró su mochila en la última mesa de la fila y se
sentó.
Samantha pensó si sería buena idea
irle a preguntar qué era eso que quería con tanta urgencia, pero se detuvo por
dos razones; la primera, porque si le decía una sola palabra, él le preguntaría
cómo carrizo supo que buscaba algo. Obviamente no iba a tener una respuesta muy
convincente; y la segunda, porque el profesor de historia ya había entrado al
salón con un caluroso “Buenos días, clase”
-
Soy el profesor Arnold Smith, pero mejor díganme Sr. Smith. Soy su profesor de
Historia y el día de hoy estudiaremos…
El Sr. Smith era un hombre alto, muy
alto, casi parecía un gigante, pero no lo era. Era el hombre más cariñoso que
Samantha podía haber visto en su vida.
-
Estudiaremos algo que nos eriza la piel – cada vez hablaba como si contara una
historia de terror. - ¡SÍ!... estudiaremos las leyendas. ¿Alguien conoce
alguna?
Un chico que estaba justo en la mesa
de al lado de Samantha, levantó la mano para intervenir.
-
Pero… Sr. Smith… las leyendas… ¿Corresponden a… esta asignatura?... tenía
entendido que estudiaremos le…
-
Teníamos entendido que el profesor en esta clase era yo y que quien decidía qué
impartir en esta asignatura era yo. – El Sr. Smith se salió de sus casillas
gracias a ese comentario del alumno. Samantha entendió en ese momento que hay
que conocer bien a las personas para poder calificarlas.
-
¡SILENCIO! – Decía el Sr. Smith al alboroto que se armó en el salón – yo no
pregunté eso señor Brandon… ¿Alguien conoce alguna leyenda?
Otro chico, pero éste era muy
tímido, levantó su mano para pedir permiso
a la palabra.
-
Señor… yo… conozco una, una de aquí mismo, ¿Por qué no nos comenta sobre la
leyenda de la familia Adamuz?
Samantha se sobresaltó al oír ese nombre:
“Adamuz”. No por ella, si no porque Chelsea se levantó bruscamente de su
asiento y de un fuerte portazo se retiró de la clase.
-
Creo que a la señorita le asustan las leyendas – con una risita el Sr. Smith continuó
con su clase.- Buena propuesta Sr… Sr… ¡Bueno! Como te llames. Eee… ¡AH, YA! La
leyenda de la familia Adamuz, de las mejores leyendas que ha tenido todo Valle
Grande.
El Sr. Smith comenzó con aquella
leyenda que al parecer todos querían oír, en especial Roger y Taylor, que se
ubicaron en una mesa vacía que había adelante.
-
Todo ocurrió hace 20 años, aquí mismo, en Valle Grande, en una casita ubicada
en las afueras de la ciudad. En esa época Valle Grande era un pueblito con una
pequeña población. La familia Adamuz era la más pobre que podía haber hace diez
años.
>>
Era una familia pequeña, solamente eran cuatro; una mujer, que se suponía era
la madre de un niño que se veía en las afueras de la casa, un hombre que se
suponía era el padre de aquel; y un señor mayor, muy viejito que sólo se la
pasaba sentado en una mecedora afuera de la casa.
>>
La casa era muy, muy humilde, podría decirse que era tan humilde que parecía un
rancho de madera.
>>
Esa familia era muy conocida en Valle Grande, no por ser de alta categoría
porque sabemos que eran pobres; eran muy conocidos por eso: por ser pobres.
Todos eran mal recibidos en donde quiera que fueran, los trataban mal y el niño
se sentía muy triste por eso.
>>
Dice la leyenda que aquella familia tenía algo raro porque eran muy misteriosos.
El padre no trabajaba, sólo se veía rebuscando entre la basura día tras día. La
madre nunca se veía, sólo cuando salía a tender la ropa en un viejo tendedero
que tenía en la parte de atrás de la casa. El niño no estudiaba ni nada, solía
visitar esta escuela. Siempre se veía en la calle San Diego parando a todo niño
de su misma edad y preguntándole si querían ser su amigo. El señor mayor, como
ya les dije – el Sr. Smith tomó aire y siguió – sólo pasaba el rato sentado en
una vieja mecedora con un libro en brazo. No lo leía, ni tampoco lo dejaba,
solamente se la pasaba con él meciéndose y acariciándolo.
>> Una tarde, a la hora de la salida común aquí
en el San Ignacio, el niño se dirigió a un grupo de alumnos y les hizo la
pregunta más tonta que se le puede hacer a un grupo de desconocidos: ¿Quieren
ser mis amigos? Esta vez no tuvo suerte, porque a quienes les había preguntado,
era el peor grupillo de todo el colegio.
>>
Estos agarraron al pobre niño a puro puntapiés, se burlaban de él y le decían:
“Niño pobre… niño pobre”. El niño como pudo se levantó del suelo rápidamente y
antes de irse les dijo a aquel grupillo: “Cada una de estas patadas, cada uno
de estos insultos, cada una de estas gotas de sangre que me han hecho derramar,
me las van a pagar, ya lo verán, mi
abuelo hará sufrir a todo Valle Grande”
>>
Al decir esto, el clima cambió de repente, el cielo se puso nublado y todo
pareció haberse puesto negro, la oscuridad invadió aquel espacio donde se
encontraba el grupo de chiquillos. Los muchachos al oír las palabras del niño,
prorrumpieron en carcajadas y se burlaron aún más de él. No le dieron
importancia al extraño cambio de clima.
>>
Pocos días, aquel grupo de jóvenes le dijeron a un amigo que irían a la casa de los locos, que iban a terminar
lo que habían comenzado.
>>
Llegaron a la casucha, y los recibió aquel niño con un libro en la mano, un
libro grande y desgastado: El mismo libro que tenía su abuelo, pero esta vez no
lo tenía él, sino su nieto.
>>
El grupillo le preguntó al niño que si estaba solo, que si podían entrar. El
niño les dijo que pasaran, que estaba solo hoy, mañana y siempre.
>>
Nadie sabe qué sucedió dentro de aquella casa, sólo las personas más cercanas
afirmaron que oyeron gritos que les paraban los pelos de punta, y después todo
quedó en silencio y cuando decidieron entrar a ver qué había sucedido, no
encontraron a nadie, solamente encontraron todo desordenado. Los habitantes más
cercanos quedaron atónitos. A los meses vaciaron la casa y se llevaron todo; un
mueble sucísimo pero lujoso, que terminó en una tienda de antigüedades junto a
un viejo cajón de cuatro gavetas.
>>
Dice la leyenda que noche tras noche en aquella casa, que nadie se atrevió a
derribar, se oyen quejidos y gritos macabros, y que todo aquel que entra por
curiosidad, sale de allí corriendo y vuelto loco diciendo: ADAMUZ, ADAMUZ – En
ese momento un alumno lanzó un aullido y toda la clase pegó un brinco en sus
asientos.
El profesor dejó la leyenda hasta
ahí, y mando el primer deber de la asignatura.
-
Para la próxima clase me traen definido el término historia y… y… eso, eso, sólo
eso.
Cansado de tanto hablar se despidió
– Bueno… hasta la próxima, pueden irse. Samantha quedó petrificada, se imaginó
como un grupo de jóvenes podría patear hasta tal punto a un niño.
Junto a Michael, salió del salón y
en el pasillo encontraron a Chelsea. – ¿Satisfechos con la magnífica “leyenda”
del Sr. Smith?
-
¿Por qué te saliste? – Samantha usó un tono de voz pausado al ver el rostro
furioso de Chelsea. – No te gust…
-
No me gusta oír hablar de esa leyenda, además, todo eso que dijo el Sr. Smith
es mentira, ese pobre niño nunca hizo lo que dicen que hizo. – Michael al no
comprender nada, y al ver que Taylor se dirigía al comedor, salió tras
ella.
Samantha se quedó sorprendida al oír
que Chelsea sabía sobre la historia. - ¿Cómo sabes que el Sr. Smith mencionó a
un niño?, tú no pudiste oírlo, tú no estabas ahí.
-
¡Claro que no estaba!, cómo podría, si me salí de eee… si no te importa… quiero
irme.
Cada vez entendía menos, todo le era
muy extraño, pero no quiso seguir conversando de lo mismo, así que decidió irse
con Chelsea.
Juntas, buscaron a Michael y lo
sacaron del trance que tenía en el comedor; estaba boquiabierto observando a
Taylor. Al parecer no era el único, todos los chicos de la escuela se
comportaban de la misma manera.
Salieron del colegio muy callados:
Chelsea con una furia incomprensible, Samantha muy confusa, y Michael con una
sonrisa en el rostro que ni siquiera le cabía.
Llegaron a la calle San Diego.
Cuando Samantha pensó despedirse de sus amigos, Chelsea la sostuvo por el brazo
con cara de desconcertada.
-
Mejor… mejor… no vayas por la calle San Diego, mejor, mejor… ve por aquí – Le
señaló una calle que daba directamente con la parada de autobús que ella
tomaba. – Por aquí llegas más rápido a
la parada de autobús que llegan a tu casa.
-
Pero… ¿Cómo sabes donde vivo?, no recuerdo habértelo mencionado – Ahora sí que
estaba sin entender nada.
-
Calle Nuevo Mundo, nº 13. Lo mencionaste esta mañana… cuando comíamos
-
¡AH! Cierto.- sabía que en ningún momento les había dado la dirección a
ninguno.
Estaba tan confusa y nerviosa, que
decidió hacer pasar como si lo había olvidado. – Está bien… gracias Chelsea,
tomaré ese camino.
-
Ok, chicas, yo me voy por éste lado. Hasta luego, nos vemos mañana. – Michael
se despidió y sólo quedaron Chelsea y Samantha en la puerta del colegio.
-
Yo… también me voy, Chao Chel…
El chao de Samantha quedó
interrumpido al ver que a su lado no se encontraba Chelsea. Por lo tanto, quedó
completamente sola. La entrada del colegio estaba vacía y en el lugar donde
estaba Chelsea, solamente había una mariposa hermosa. Así que ella y aquella
mariposa se quedaron plantadas ahí sin ningún motivo. No supo cómo hizo Chelsea
si ella estaba ahí hace poquito. Miró a la calle San Diego y recordó a aquel
hombre con aquella cosa brillante en sus manos. Vaciló un momento y decidió
hacer caso a la recomendación de su amiga.
5
Horacio Requena
Cap. 5. Horacio Requena |
Al llegar a su casa, Samantha tiró
su morral en uno de los dos sofá de color beige estampado que hacían juego con
la decoración y las paredes de su hogar.
Se dirigió con pasos apresurados a
la cocina en busca de un vaso de agua, ya que el camino que le había sugerido
Chelsea, era muy agotador, pero por lo menos era más transitado que la calle
San Diego. Al llegar al refrigerador, olvidó a que había ido por culpa de una
nota pegada: Era de su madre.
Querida Samy:
Espero
que tu primer día de clases haya sido fenomenal. Supongo que has hecho ya
algunos amigos. Mi niña necesito que esta noche te quedes sola en casa, el Sr
Requena me pidió que me quedara revisando unos documentos. Luego te explico.
Besos.
Elena
Al principio sintió una especie de
rabia que viajaba por todo su cuerpo, una sensación que le hacía pensar que ya
no era una niña, y que muy bien podía cuidarse solita. Leyó nuevamente la
carta, pero no para encontrar otra cosa, sino para tratar de entender por qué
su mamá seguía tratándola igual como hace cinco años atrás. Por un momento se
detuvo, ya que su mente se desvió a un lugar diferente de donde tenía la nota.
Se encontraba en la puerta del
segundo piso donde oyó a Roger hablando con su padre: El Sr. Horacio Requena.
La sensación de rabia que sentía en
aquel momento aumentó más, al comprender que su mamá se había ido a cumplir
parte de la misión secreta de Roger. Arrugó la nota, la echo al recipiente de
basura y subió con grandes zancadas a su habitación.
…
-
Sr. Requena, lamento haber llegado tarde.
-
Tranquila Elena, no pasa nada… y dígame Horacio ¿Quiere?
-
Esta bien Sr… digo… Horacio.
Elena estaba en la oficina del Sr.
Requena, una amplia y lujosa habitación donde había un gran escritorio de
vidrio y al fondo un gran autorretrato del Sr. No se parecía mucho, porque el
del retrato era atractivo.
-
¿Qué novedades me tiene de… de… usted ya sabe qué? – El Sr. Requena dirigió la
pregunta a Elena, pero sus ojos iban dirigidos a una de sus empleadas que
interrumpió la conversación que ni siquiera había dado comienzo.
-
Disculpe señor, afuera esta su hijo y pide hablar con usted.
La oficina del Sr. Requena era muy
espaciosa, las paredes de enfrente eran de vidrio cubiertas con persianas
azules. Cuando el aire pegaba contra las persianas, éstas se movían y daban
paso a la visión de un Roger impaciente afuera de la oficina de su padre.
-
Señorita, dígale que pase a la sala de juntas y que me espere allá. – El Sr. Requena
ordenó a la empleada y ésta salió como una buena señorita. – Como le iba
diciendo… ¿Elena, cómo va con lo que le encomendé?
-
Sr… ¡Digo!... Horacio. He estado tras la pista pero… se me ha hecho muy
difícil. La última vez que supieron de él, Fue hace tres años y al parecer
estaba aquí en este pueblo. Tuve contacto con un señor muy viejo, que tiene
toda su vida aquí en Valle Grande y al parecer conoció a la última persona que
lo tuvo en posesión. – El Sr. Requena, al oír esto, su mirada tomó un tono
interesado y los ojos se le abrieron como plato.
-
¿Cómo dices… entonces sabes quién lo tiene?
-
No… lo siento pero el señor no pudo contarme nada más, no pudo contarme toda la
historia. Cuando intentó decírmelo, se paró en seco y olvido de lo que
estábamos hablando.
-
¿Cómo que no te contó toda la historia?, no entiendo. – Muy atónito, formuló
esta pregunta casi sin pensarla.
-
Sí, señor, - Respondió con tono decidido, pero a la vez con un poco de miedo - El señor con el que hablé, no pudo contarme
nada, ya que no tengo las características propias de lo que estoy buscando,
señor, sé que es, pero aún así, no sé porque tanto interés. Creo… creo que si
tan solo usted, digo, Horacio… si tan sólo me dijeras qué es lo que tiene de especial, todo sería más…
La petición de Elena quedó
interrumpida por un fuerte portazo en la oficina del Sr. Requena.
-
¿Se puede saber por qué carrizo no has ido a la sala de juntas de este maldito
bufete? – La furia de Roger era tan grande que no media sus palabras y mucho
menos notó que Elena estaba ahí.
El Sr. Requena intentó parecer más
autoritario que su hijo pero no lo logró, porque al momento que quiso
responderle, éste lanzó toda la furia contra Elena.
-
¡VAYA! Pero si aquí está la detective chimba que mi papá contrató… ¿se puede
saber qué carrizo ha estado haciendo usted – puntualizó el usted con tono
arrogante – que no ha encontrado lo que le pedimos? – Roger estaba muy furioso,
casi echando chispa.
-
Disculpe joven Roger, he hecho todo lo que ha estado a mi alcance – La voz de
Elena sonaba con mucho más respeto, que cuando se dirigía al Sr. requena – le
juro que estoy tras…
-
No… jure… en… vano, señora – puntualizaba cada palabra debido a la furia que
cada vez sentía mayor.
El Sr. Requena tuvo que intervenir
porque ya Roger se había excedido un poco.
-
No te permito que trates así a Elena.
-
¡VAYA! Ahora resulta que los empleados merecen más respeto que la propia
familia.
-
Te recuerdo que quien entró en MÍ – puntualizó dejando muy claro quién era que
tenía el mando – oficina gritando y agrediendo, fuiste tú, además, de qué
respeto hablas, si tú eres el primero que no lo demuestra.
-
Pues te recuerdo papá, que yo…
-
Que tú nada Roger, ya no me aguanto tu tonito de superioridad, cuando tú muy
bien sabes…
-
Cuando tú muy bien sabes nada papá, si vuelves a restregarme en la cara que
gracias a ti es que tengo todo lo que tengo ahora, voy a tener que hablar de
tus secretitos yo también.
Hubo un silencio que se apoderó de la oficina
y al cabo de un minuto, Elena rompió aquel sepulcral momento.
-
Srs. Cada vez estoy más cerca del objetivo. Sólo pido un poco de tiempo,
recuerden que mi hija cree que soy una simple abogada. Ella aun no sabe nada.
-
¡Su hija! – Interrumpió Roger - ¿Esa fastidiosa que no se cansa de mirarme en
el colegio? – Su risa sonó un poco temerosa - ¡Ay! La pobre Samy no sabe nada –
ahora su voz pasó a ser burlista – Pues le advierto que si usted, palabra muy
grande para referirse a una persona como la de su clase, no trae noticias
acerca de lo que le pedí, voy a tener que tomarme el atrevimiento de quitarle
la pequeña venda que tiene su hija en los ojos y contarle que tú no eres quien
dices ser, sino, que eres una simple e indeseable detective, que en resumidas
cuentas significa una vulgar buscadora de cosas… JAJAJA… y si te quedan du…
-
¡No te permito que sigas insultando a Elena de esa forma! – El Sr. Requena se
levantó de su asiento golpeando el escritorio. Al parecer esta vez, Roger, si
lo había sacado de sus casillas.
-
Tranquilo Sr, tranquilo… de todos modos yo ya me iba a trabajar.
-
Está bien Elena, cuando tengas novedades… me llamas. Gracias, puedes retirarte.
Elena salió de la oficina y en ella
sólo quedaron padre e hijo.
-
Papá por favor, ¿Qué te dijo tú empleada acerca de nuestro asunto?, y antes que
sigas, primero cuéntame que sabe la mujer esa.
-
Me contó que habló con un señor de acá del pueblo y al parecer, la última vez
que lo vieron, fue hace tres años aquí mismo.
El Sr. Requena le relató a su hijo
cada detalle que Elena le había contado.
-
Pero papá, todavía no entiendo ¿cómo que el señor ese cuando le iba a contar
más cosas, olvidó de repente lo que le iba a decir?
-
Bueno hijo, según Elena, al parecer el señor… no sé… seguramente se cohibió, ¡ay
hijo yo que sé! Aun tenemos vida por delante para saber y tener lo que
queremos.
Roger no aguantó las ganas y se
dirigió a su padre, como si quisiera darle a entender que al decir “tenemos”,
estaba completamente errado.
-
¡Disculpa! Creo que no te entendí bien, ¿dijiste… tenemos? Un momento papá,
creo que no has entendido nada. Cuando tu mendiga empleada consiga mi premio,
es mí premio. Tú ya tienes mucho con haber hecho lo que has hecho.
Horacio Requena era un hombre de
carácter, pero con su hijo era muy calmado. Esta vez si no se la iba a
aguantar.
-
Mira muchachito, no te permito que vengas a mi propia oficina a…
- A nada papá, a nada… no
vengas a dártelas de santo conmigo. Yo sé que tú lo que
quieres es quedarte con mi poder cuando lo tenga. Así como hiciste con mamá, o
¿me vas a seguir engañando como lo hacías antes?
-
No te permito… - cada vez que el Sr. Requena iba a hablar, era interrumpido por
Roger.
-
No te permito yo a ti, que vengas y me sigas engañando papá. Tengo 18 años. Soy
mayor de edad. No me vengas con la fulana muerte de mi madre.
-
Tu madre murió por un virus que cogió en nuestra luna de miel.
El tono de voz del Sr. Requena cada
vez era más nervioso.
-
¿Cuál virus?... papá por favor deja ya la mentira que yo mismo te escuché
hablando con ese estúpido autorretrato – señaló el gran cuadro que había al
fondo del escritorio – ¡Sí! Papá sí, yo mismo te oí. Todo fue un plan perfecto
que tú solito te armaste. Plan el cual yo estaba incluido sin ni siquiera haber
nacido.
-
Roger, te advierto que mejor te calles – el Sr. Requena estaba temblando de ira.
-
A mis dos años, tú decidiste dejarme con mi abuela y que para irte de nuevo de
luna de miel… una segunda luna de miel – Roger también estaba muy furioso. -
¡CLARO! Bien lejos todo era más fácil. Allá se te hizo más fácil matarla.
El Sr. Requena no le decía absolutamente
nada, sólo temblaba de la ira y estaba a punto de explotar.
-
Tu plan era perfecto papá. Después regresaste llorando, abatido y sufrido, pero
claro, sin ninguna maleta encima. Sólo con un mugre papel en la mano. ¡EL
TESTAMENTO! Hiciste que mi madre firmara un testamento antes de morir, dejando
todo a tu nombre.
>>Hiciste
que me dejara a mí sin nada. Tú querías todo para ti solo. Y no intentes
negármelo papá… como te dije, yo mismo te oí aquí mismo, en esta oficina, llorando
y que arrepentido, pero yo no te creo. Eres un cruel y vil asesino papá.
El Sr. Requena no habló, sino
solamente abofeteó a su hijo con toda la ira acumulada que tenía.
-
¡PERFECTO!... QUE BIEN TE QUEDÓ… CLARO, ES LA ÚNICA MANERA QUE TIENES PARA
LIBRATE DE TU CULPA. Algo te digo papá. Mejor que tú empleada me consiga lo que
quiero lo más pronto posible, porque si no todo el mundo, la prensa, todos los
medios de comunicación, se van a enterar de la clase de abogado que eres,
Horacio Requena.
Roger salió de la oficina muy
furioso. Supo disimular el dolor que le dejó la bofetada de su padre. El Sr.
Horacio Requena, el gran empresario, abogado y adinerado de todo Valle Grande,
esperó a que su hijo saliera de la oficina para sentarse a llorar con la mirada
perdida en su autorretrato.
…
Por otro lado lo que se oía era el
suave ruido del viento al rozar las hojas de los árboles y el pasar por la
suave pradera cubierta de flores, flores que al ser rozadas por el viento,
soltaban deliciosos aromas y los cuales Samantha tumbada en esa pradera, gozaba
con eterna armonía. En su cabello posaban mariposas de todos los colores.
Samantha se sentía en el paraíso
De repente ese maravilloso mundo
cambió. El cielo se puso nublado, mostrando grandes nubes cargadas de aguas,
los árboles que se movían ligeramente, ahora se removían con brusquedad. Una
mariposa distinta a las otras se posó en la nariz de la atemorizada Samantha,
que no sabía si correr o quedarse quieta: estaba presa del pánico.
Pensó que estaba volviéndose loca
porque la mariposa que tenía en la nariz, le repetía su nombre a cada momento:
Samantha, Samantha, Samy… aquella voz era conocida. Cuando despertó, supo de
quién se trataba.
6
Desaparición
Chelsea estaba zamaqueándola fuertemente por
los hombros. Tenía un aspecto horripilante, parecía como tener una noche horrible.
Su cabello estaba más desordenado de
lo habitual. Tenía el rostro ennegrecido y los ojos demacrados.
Samantha tuvo la impresión de que un
ladrón se había colado en su casa mientras ella dormía. Aparte también pensó
eso debido a que estaba sola, puesto que su madre había salido a trabajar horas
extras: estaba completamente segura que no era un trabajo cualquiera, sino un
encargo del Sr. Requena, algo muy importante para su compañero Roger. Sintió la
rabia que volvía a su cuerpo al recordar la nota que su mamá le había dejado
tratándola como una niña chiquita, pero no sólo por eso, sino que aparte de eso
le había mentido.
Tuvo que hacer un esfuerzo para
concentrarse en las palabras que Chelsea le decía.
-
Samantha… por fin despiertas, – su voz
era muy parecida a su rostro. Indiscutiblemente cada vez que hablaba era como
si había visto un muerto – necesito
hablar contigo. Es algo muy importante.
Chelsea se veía muy decidida a
contarle algo muy importante que al parecer no podía esperar hasta el amanecer.
Eran las 5:40am cuando Samantha tenía aquel agradable sueño en la pradera, el
cual fue interrumpido por Chelsea.
-
Samantha voy a confiar en ti, necesito ayuda. Es muy importante para mí lo que
te voy a decir, pero antes quiero que me prometas que no dirás ni una palabra
de esto a nadie. – Cada vez más su tono se transformaba. Pasaba de ser
horripilante a misterioso, y de misterioso a desagradable. – Creo que ya hay
mucha gente que sabe sobre mi mundo.
Aquellas dos últimas palabras
quedaron grabadas aturdiendo la mente de Samantha. “Mi mundo”. Cada vez
entendía menos. No sabía, ni tenía absoluta idea de qué era lo que según
parecía muy importante.
-
Tranquila yo no diré nada… te lo prometo, pero… por lo menos se tan amable de
decirme de qué se trata.
-
¡Cierto! Discúlpame por entrar a tu casa a esta hora y sin pedir permiso.
Discúlpame. Pero tienes razón, a eso vine, así que lo mejor es que te diga de
una vez.
Chelsea carraspeó y muy decidida
comenzó a relatarle su historia.
-
Se trata de… de… ¡ADAMUZ!
-
¿ADAMUZ?... hablas de aquella… aquella leyenda del Sr. Smith
-
¡Esa leyenda no es del Sr. Smith! – Chelsea se exaltó y su tono era muy furioso,
hasta irreconocible. Tomó un vaso de la mesa de noche de Samantha y lo estrelló
contra la pared.
-
OK, OK… LO SIENTO, YO SÓLO DECÍA…
-
No importa, no importa. Eso que el Sr. Smith contó en la clase, eso no es
cierto.
Todo hasta el momento era
incomprensible, nada tenía sentido. ¿Qué tenía que ver Chelsea con la leyenda
de la familia Adamuz? ¿Por qué era muy importante para Chelsea? ¿Acaso temía
que eso fuera cierto, que la familia Adamuz haya sido cierta? Preguntas como
estas eran las que invadían la mente de Samantha.
-
¿Pero qué tiene que ver tu mundo, como así lo llamas, con esa leyenda, Chelsea?
-
Es que, ¿acaso no has entendido?... ADAMUZ NO ES UNA LEYENDA. ¡ADAMUZ EXISTE!
Ahora si Samantha tenía motivo para
asustarse. Pensar que todo lo que había dicho el Sr. Smith era cierto, eso era
motivo para asustarse y más si Chelsea lo creía tan real.
-
Claro… que, eso que contó el Sr. Smith no es más que un cuento que la gente se
ha inventado para asustar a todos los turistas que vienen acá. Poco a poco eso
de la familia Adamuz, se ha regado por todo Valle Grande. – Chelsea ya estaba
más calmada y ahora su tono era como el de toda una ponente en medio de la
presentación de su tesis de grado. – Eso de la familia Adamuz tiene algo de
verdadero.
-
Pero Chelsea… ¿Qué tienes que ver tú con todo esto y por qué dices que sí tiene
algo de cierto?
-
Veras… Samy… es que yo…
-
Samantha… ¿Estás ahí?, ¿Con quién hablas?
Chelsea quedó en seco al oír la voz
de la mamá de Samantha que estaba detrás de la puerta.
Sin responder Samantha miró a
Chelsea y luego a la puerta. Se bajó de la cama, se dirigió a la puerta, y allí
estaba su madre, plantada tras la puerta con aspecto irreconocible. Un aspecto
muy similar al de Chelsea.
Se volteó para fijarse en Chelsea y
se llevó una gran sorpresa. Esta no estaba en su habitación: se había ido.
Elena notó el rostro de incomprensión
de Samantha y le preguntó si le pasaba algo, Samantha negó con la cabeza y le
dijo a su madre que quería seguir durmiendo.
-
Mamá… mamá… yo… yo… quiero dormir, estaba soñando y por eso debe ser que me
oíste, debí hablar dormida… quizás sólo fue eso, hablé dormida… ahora por favor
quiero dormir.
Elena dio la vuelta y se metió en su
habitación. Samantha se sentó en su cama muy nerviosa y completamente
desconcertada. Se sintió un pánico que se apoderó de toda la habitación: ¿Cómo
pudo Chelsea irse de la casa sin salir por la puerta?
Samantha pensó en la posibilidad de haber
salido por la ventana. Pero era imposible. La habitación se encontraba en el
segundo piso de la casa y si había salido por la ventana, por lo menos se hubiese
oído el golpe producido al caer en el pavimento de la entrada.
Por su mente pasaron millones de
ideas, pero cada vez, una era más absurda que otra. Decidió dormir la hora que
le faltaba porque tenía que ir a su segundo día de clases.
Al igual que el día anterior, ella
se había encontrado con su amigo Michael y juntos se dirigieron a su salón de
clases.
Se sentaron en la misma mesa y
esperaron al profesor de Idiomas Modernos.
En el salón ya había varios alumnos
y entre ellos estaban Taylor Mackenzie y Roger Requena, Ambos por su lado y
como siempre: solitarios sin emitir un comentario a alguien.
Samantha vio en Taylor una expresión
de preocupación, preocupación que combinada con la vista fija en su bolso. Cada
cinco minutos, Taylor, miraba su bolso, como si temiera que alguien intentaría robarle
algo que tuviera en él. En cambio Roger, como siempre, tenía su celular y
ansioso por esperar una llamada. Samantha dedujo que esperaría una llamada de
su padre.
Samantha al igual que Taylor y
Roger, miraba ansiosamente, no a su
bolso, ni a su celular, sino a la puerta esperando ver en ella a Chelsea y que
de una vez le explicara como había hecho para salir de su casa.
Eran la 7:15am cuando entró el
profesor de Idiomas Modernos. Sintió gran decepción cuando vio que no era
Chelsea.
-
¡Buenos Días! Soy el Prof. Enrique Monasterios… su Prof. De Idiomas Modernos.
El día de hoy estudiaremos…
A ella no le importaba mucho lo que
el Prof. Monasterios decía, lo único que le importaba era la llegada de Chelsea
al salón de clases.
Pasó toda la mañana escribiendo en
su cuaderno sin ni siquiera saber lo que escribía.
Tenía un brazo apoyado sobre la mesa
y con la otra escribía lo que el Prof. Monasterios decía. No dejaba de mirar
cada minuto a la puerta, con las esperanzas de ver a Chelsea traspasarla. Tuvo
una leve emoción al mirar, porque le pareció haber visto un rostro demacrado
bajo una mata de cabello oscuro por el recuadro de la puerta, pero cuando
volvió a ver, ya no estaba. Pensó que se trataba de sólo una alucinación.
El timbre sonó y antes que el Prof.
Monasterios diera la orden de salir, ya ella había salido.
Michael tuvo que correr para poderla
alcanzar. Juntos se encaminaron al comedor, donde pensaban desayunar.
Llegaron al comedor y cada uno se
sentó a disfrutar de su desayuno. Michael ya muy preocupado, debido al semblante de Samantha,
le dirigió la palabra.
-
Samy. ¿Te sientes bien? – La voz de Michael era muy tímida - ¿Te pasa algo?
No supo que contestarle. Por
supuesto que le ocurría algo, estaba súper ansiosa por hablar con Chelsea. Pero
no le pareció bien contarle a Michael que Chelsea estuvo en la madrugada en su
casa y que se desapareció, así que se inventó que le dolía la cabeza.
-
Eee… tengo un leve dolor de cabeza, es sólo eso. – Por un momento vaciló y le
preguntó a Michael por Chelsea. – Oye, Michael… ¿no has visto a Chelsea?
-
¡No!, hoy no la he visto.
En silencio, ambos terminaron su
desayuno y antes que sonara la campana que indica que ha de comenzar la clase,
ellos se encaminaron nuevamente a su salón de clases. Volvieron a tomar asiento
en la misma mesa a esperar a la profesora de Ciencias Biológicas, que era la
segunda clase que tenían en el día.
La Sra. Anastasia Dippet era la
Prof. de Ciencias Biológicas. Pasaron el resto de la mañana hablando sobre las leyes de Mendell y sus experimentos con
moscas. Esta vez Samantha si prestó atención a la clase porque ya estaba
convencida que no vería a Chelsea el día de hoy en el colegio San Ignacio de
Compostela. Además la Sra. Dippet afirmó que esas teorías aparecerían en el
examen final de curso, por lo tanto Samantha decidió concentrarse en la clase.
La campana sonó y antes de salir,
Samantha notó que Roger y Taylor hablaban en secreto, tenían una conversación
muy interesante, tan interesante así, porque, para que Taylor Mackenzie, la
presentadora del programa más visto en la televisión le hablara a otra persona,
tenía que ser igual o mejor que ella.
La Sra. Dippet había asignado un
trabajo para el día siguiente, donde explicaran: “Cómo reconocer a las moscas
machos de las moscas hembras”
Salió del salón y se encontró en la
escalera con Michael, el cual le ofreció compañía hasta su casa, porque había
quedado con unos amigos a jugar un partido de futbol cerca de allí.
Samantha llegó a su casa y otra vez
volvió a encontrar una carta de su mamá pegada al refrigerador, pero esta vez
era más corta que la anterior.
Querida hija:
Me ausentaré una semana, luego te
explico, besos
Tu mami
Arrugó la nota y pensó en voz alta:
- ¿Será que a mi madre se le olvido que existe el teléfono?
Pensó: ¿Qué era aquello tan importante
que buscaba su madre? ¿Qué era aquello que Roger quería? ¿Por qué su madre no
le había contado que trabajaba como detective privado? ¿Tendría que ver la
ausencia de su madre con lo que Chelsea quería contarle?
Al día siguiente fue al colegio con
la esperanza de encontrar a Chelsea, pero al igual que ayer, no hubo rastro de
ella en todo el día. El Prof. Bernard le volvió a enviar otra asignación:
Elaborar una tabla periódica; el profesor de matemáticas hizo una prueba
sorpresa, en la cual a Samantha no le fue muy bien. La Sra. Dippet recibió los
trabajos y los dejó salir más temprano.
Llegó el viernes y con él creció la
preocupación de Samantha: Aun sin saber de Chelsea y que su madre estaba
ausente. Samantha ya estaba preocupada. Había planeado con Michael que si el
lunes casa de su amiga si esta no aparecía.
Al sonar la última campana del día
los chicos tomaron sus cosas y salieron del salón, excepto Taylor y Roger.
Samantha le dijo a Michael que
siguiera, que se encontrarían en la entrada del colegio, porque había olvidado
algo en el salón. La única razón por la cual Samantha quería volver, era para
saber cuál era el motivo por el cual Roger y Taylor se hablaran, si ellos al
principio ni se veían.
Al llegar al salón, Samantha se
detuvo en la puerta y escuchó:
-
Roger estoy muy nerviosa, no sé qué hacer, cada vez estoy más débil – la voz de
Taylor era parecida a la de alguien después de haber cometido un crimen y estuviera
arrepentida de lo que hizo.
-
Pero… Taylor, cuéntame que te tiene así, recuerda que ahora somos amigos, los
mejores amigos y puedo ayudarte.
A diferencia de Taylor, la voz de
Roger estaba cargada de interés.
-
No… no lo sé – Taylor estaba indecisa en si querer contarle o no.
-
Pero ¿por qué?, somos amigos ¡CUÉNTAME!
Eran tantas las ganas de Samantha en
saber por qué estaba nerviosa Taylor, por saber qué era lo que la debilitaba,
que se apoyo mucho de la puerta y esta hizo un chirrido al entreabrirse. Taylor automáticamente cerró la boca y se citó
con Roger.
-
Roger, mejor… mejor… ve mañana a mi casa, a las 2:00 de la tarde y allí, allí
te cuento todo en privado.
Roger emocionado asintió con la
cabeza.
Samantha se quedó petrificada por un
momento tras la puerta y tuvo que volver a movilizarse cuando oyó que Roger y
Taylor caminaban hacia ella. Bajó corriendo las escaleras y se encontró con
Michael. Juntos salieron del colegio y cada uno tomó su camino.
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