La Pared del Asesino #1erCapítulo


1

“Él era un muchacho sano, no se metía con nadie”

Foto referencial

Teresa llegó del trabajo y lo primero que hizo fue dejar la cartera roja ruñida en el mueble, y sin quitarse la ropa, se dirigió a la cocina a preparar la cena. Ninguno de sus tres hijos estaba en la casa. Ese detalle la preocupó pero sin embargo siguió en lo que hacía.

Miró la parpadeante luz roja que indicaba la hora en un radio reloj cuadrado que tenía sobre una mesita desgastada al lado de la cocina, se sorprendió al ver que eran las 6:00PM y sus hijos seguían sin llegar. Secó sus manos con un pañito de cocina y antes de ir en busca de su celular, se detuvo al oír una noticia en aquella radio.

*** Y a esta hora nos llega un reporte desde el barrio La Consolación, un joven de 18 años fue ultimado con una bala en el pecho hace pocos minutos. Según las autoridades, la victima respondía al nombre de Yerson Manuel Rodríguez quien al parecer tenía problemas con quienes cometieron el homicidio.

Teresa se tapó la boca con las manos cuando oyó la edad de la víctima. Su rostro comenzó a llenarse de lágrimas cuando escuchó otra voz en la emisora.

*** Hasta cuando tenemos que calarnos ésta falta de autoridad en los barrios, hoy se me fue la vida, se me fue junto a la de mi hijo. Él era un muchacho sano, no se metía con nadie. Exijo al gobierno que me responda y que atrape a los delincuentes que le quitaron la vida a mi hijo. ¡Maldito gobierno, ustedes son los culpables…

… y esas fueron las impresiones que tenemos hasta los momentos… pasando a otro tema, Shakira y Rihana vuelven a sorprender pero esta vez juntas…

La mujer sintió tanta lastima por aquella otra señora que estaba devastada por la muerte de su hijo. Intentó ponerse en su lugar pero rechazó la idea que se le pasó por la mente porque nada más imaginárselo, su corazón se contrajo.

Se secó las lágrimas que corrían por su cara y fue a la sala a buscar dentro de su cartera el celular para llamar a sus hijos.

Con 40 años, Teresa era madre soltera de dos varones, uno de 12 años y otro de 18, la misma edad de Yerson, el muchacho que resultó asesinado. También tenía una hija de 15 años, la luz de los ojos de Teresa, una niña que para los ojos de las personas del barrio era una “chica fácil” pero para Teresa era su pequeña y dulce princesita.

Ninguno de los tres había regresado a la casa y cuando volvió a ver el reloj, se fijó que habían pasado ya media hora. Marcó el número de la niña y al segundo timbrazo, ésta contestó.

– ¡Pero por todos los santos! Hija ¿dónde andas metida? ¿Qué hora son estas de andar en la calle?

– Mamá, tranquila. Ya estoy llegando, solo me entretuve con Mariana viendo unas ropas en el mercado.

– Hija te tengo dicho que no me gusta que andes tan tarde en la calle. Los nervios se me ponen de punta. Tú sabes lo peligroso que está este barrio. Si vez a tus hermanos tráetelos… Dios me la bendiga.

Teresa colgó la llamada pero inmediatamente marcó el número del hijo mayor. Éste no le atendió, así que marcó el número del otro hijo.

– Pedro, hijo, ¿dónde andas? tan tarde y tú en la calle.

– Madre, tranquila, estoy al lado, haciendo una tarea para mañana.

– Ay Pedro, hijo, vente pa’ tu casa y haga su tarea aquí, deje de molestar en casa ajena

– Madre pero es que es en grupo y me puse con Federico, justamente para no tener que ir para otro lado.

– Bueno, Pedrito, hijo, está bien, pero rapidito pues.

Teresa volvió a colgar el teléfono pero esta vez no intentó con su hijo mayor. Decidió esperar a que llegara. Fue a la pequeña cocina a voltear una de las arepas que había dejado montada en la sartén.

La cocinita de Teresa era muy humilde. Cuatro paredes de ladrillos anaranjados con una nevera que el óxido demostraba todos los años que tenía; un fregadero color blanco y una cocina de cuatro hornillas. Todos los implementos estaban sobre una mesa plástica entre la nevera y la cocina.

Cuando Teresa bajaba la llama de la hornilla, escuchó como la puerta de la casa se cerraba.

Dejó el tenedor con el que volteaba la arepa sobre el fregadero y salió a ver quien había llegado. Era Pedro.

– Bendición, mamá. – dijo mientras se descolgaba el bolso de la espalda.

Pedro era el hijo más inocente de Teresa. Era el único que tenía visión de sacar a la familia de aquel barrio. En su mirada se podía notar todos los malos ratos que ha tenido que vivir en el barrio Los Sueños, barrio en el que vivía junto a su familia desde su nacimiento.

– Dios me lo bendiga, ¿no viste por ahí a tu hermano Henderson?

– No mamá, a quien vi fue a La Cristi, pero se quedó en el poste hablando con La Negra.

– Esa muchacha, y eso que le dije que se viniera pa’ la casa temprano – Teresa se colocó una mano en la cabeza y una en el pecho – siento algo muy malo aquí en el pecho, hijo.

– Tranquila, vieja. No pasa nada malo, ya verá que esos dos llegan ahorita.

Teresa abrazó a su hijo muy fuerte y le dijo con los ojos cerrados

– Claro que si mi amor, tienes toda la razón, nada malo va a pasar. – Soltó a su hijo pero antes le dijo que fuera a lavarse las manos que ya las arepas iban a estar listas.

El joven recogió el bolso y se encaminó a su cuarto, mientras la madre regresaba a la cocina a montar la otra la arepa. Seguía oyendo la radio, pero esta vez intentaba tararear a Juanito Alimaña de Héctor Lavoe.

Por otro lado estaba Cristina, o mejor dicho, La Cristi, hablando con su amiga La Negra, en la puerta de la casa de esta.

– ¡Ay chama! ¿Pero tú crees que Johnny se tarde mucho? Ya mi mamá anda con una llamadera, que suba, que si ya es tarde, que fastidio, no sé cuándo dejará el fastidio.

– Cristi pero eso es culpa tuya porque no le has puesto los palitos, mira la mía, ya dejó esa ladilla.

La Negra era considerada la más popular en el barrio Los Sueños, tenía 27 años y todos los muchachos de allí, según los vecinos, ya habían pasado por debajo de sus faldas. No solo era conocida por eso, sino por su gran maña de masticar chicle y por vestir ropa elaborada con poca tela. A las demás muchachas les encantaba estar con ella.

– Si chama, ¿pero cómo hago? Tu no vez que se escuda con la enfermedad esa que tiene.

– Bueno, no sé, así no puedo ponerte a valer, mira que con esas piernotas que tú te gastas, más de uno es capaz de pagar unos buenos palitos.

– ¿Qué es Negra tas loca? No, chama, ahí si que no te juego yo. Yo puta no soy.

– ¿Acaso yo soy puta? Yo solo me divierto. Hay que ver que tú siempre vas a ser la misma galla hijita de mamá.

La Cristi frunció el ceño y quiso decir algo para no quedar como tonta delante de La Negra pero, en ese momento, Johnny llegó y le tapó los ojos.

– ¿Y quién es la mamacita más mamacita de todo este barrio? – dijo Johnny mientras sus manos estaban puestas en la cara de La Cristi.

La Cristi se pudo quitar las manos de la cara y se dio la vuelta para plantarle un beso a Johnny. La Negra se aclaró la garganta para interrumpir.

– Pero bueno, entonces, si se van a comer aquí para qué les voy a prestar la casa. Mi mamá llega en una hora, así que apúrense antes que me arrepienta.

La Cristi sonrió pero no dijo nada, agarró a Johnny y le echó un jalón para invitarlo a pasar. Pero fue detenida por su amiga.

– Epa, epa, parámelo ahí. ¿Ustedes creen que esto es gratis? No vengan ustedes, Johnny, hermano, bájese de la mula – La Negra extendió una mano exigiéndole dinero.

Johnny la miró fijamente con cara de pocos amigos, pero sin decir nada, sacó dos billetes de 100 del bolsillo de su pantalón y se los entregó. Ésta agarró sus billetes, los enrolló y se los metió entre el sostén.

– Bueno, tienen una sola hora así que apúrense, y no quiero reguera.

Los tortolos pasaron y La Negra se quedó parada en la puerta saludando a todo el que pasa y mascando chicle como una llama. En ese momento, una señora vecina se detuvo frente a La Negra y la enfrentó.

– Bien sinvergüenza que eres tú, claro, como tú eres así quieres poner a todas las niñas del barrio igualita – la señora hablaba con voz muy decida.

– Mire no sea tan salía, yo no le estoy sinverguensiando nada a nadie y menos a una hija suya, así que no se meta en peo ajeno.

– Si me meto porque yo conozco a la madre de esa niña y es una buena persona…

– Pero es que usted vio entrar a la mamá o a la hija, deje el chisme y dele por ahí.

La señora muy ofendida se retiró haciéndole mala cara a La Negra. A esta no le importó y se quedó parada en la puerta como si nada hubiese pasado, mientras adentro de su casa, pasaba de todo.

– No tienes ni idea de cuánto tiempo yo estuve esperando este momento – le susurraba La Cristi a Johnny en el oído mientras este de forma acelerada le besaba el cuello y bajaba hasta sus senos.

– Sí… sí… yo también – decía Johnny de forma entrecortada mientras le quitaba la franela del liceo a La Cristi.

– Yo te amo, Johnny, quiero ser tu novia.

– Cállate, no digas nada, solo déjate llevar – Johnny se levantó de la cama y le pidió que lo desnudara.

Ella hizo caso a la orden que este le había dado y procedió a quitarle la ropa.

Johnny era el chico más deseado del barrio Los Sueños. Siempre era considerado el galán del barrio. Su cabello castaño claro peinado parado de punta con gel fijador, y sus facciones extranjeras hacían que todas las niñas, más que todo las colegialas, se deslumbraran por él, y muchas habían soñado con verlo desnudo, y al parecer, Cristina, la hija de Teresa, estaba haciendo su sueño realidad.

Ella estaba completamente enloquecida por Johnny, y más ahora que sus manos tocaban el pecho tan definido que este tenía. Siempre que lo veía jugando Basquet en la cancha, sin camisa, era motivo para que La Cristi sintiera más profundo aquello a lo que ella llamaba amor.

Johnny, sin pensarlo dos veces, también la desnudó y la tumbó sobre la cama. Ella seguía diciéndole cosas al oído mientras este, de forma morbosa, le hacía el amor, o al menos eso era lo que ella creía que eso era hacer el amor.

Teresa le sirvió la arepa a Pedro, el único hijo que había llegado a casa. No se sentó en la mesa con él y se excusó diciendo que no tenía hambre, que iba a aprovechar y lavaría un poco de ropa.

Antes de ir a la platabanda de la casa a lavar, pasó por la cocina y miró la hora en el viejo radio. Eran las 7:20 PM y sus otros hijos nada que llegaban. Se fue directo a la platabanda a distraerse lavando, pero algo le seguía diciendo, en lo más profundo de su corazón, que algo muy malo iba a ocurrir esa noche.

Henderson estaba con sus amigos del barrio en La Pared del Asesino, lugar denominado así por los vecinos de Los Sueños a raíz de la cantidad de personas a la que le quitaban la vida en esa pared.

– Mira chamo, hace rato vi a tu hermano y me dijo que tu vieja te anda buscando – le dijo uno de los chamos a Henderson.

– Ah, sí, coño esa vieja si es necia, un día de estos se va a morir de un infarto de tanta preocupadera, en vez de quedarse quieta.

No hacía falta escuchar mucho a Henderson para darse cuenta de lo mal hablado que era, y tampoco hacía falta verlo mucho para darse cuenta de qué persona era. Su aspecto era de un malandrito del barrio.

– Mira menol y trajiste el beta

– Claro menol, ese beta está al tiro – dijo el amigo de Henderson que acababa de llegar, quitándose un bolso que colgaba en su espalda.

– Bueno realiza la llamada rapidito pa’ salir de este beta de una vez – Henderson al parecer daba órdenes a su grupito.

– ¿Mira y tu vieja sabe que tú andas en este negocio? – preguntó el amigo de Henderson.

– Claro, ¡tú eres loco ramón!, claro que sabe… deja la paja y dame lo mío.

El amigo sacó del bolso dos pistolas, una se la entregó a Henderson y la otra se la metió bajo la franelilla.

– ¡Fino! Ahora realiza la foquin llamada pa’ irnos de aquí antes que nos echen la paja y bajen las brujas.

Henderson estaba inquieto, parecía perturbado. Miraba a todos lados. En una de esas se sobresaltó cuando su teléfono sonó. Era Teresa.

– ¿Qué quieres vieja? Sí, ya voy pa’ allá. Quédate quieta vale, ya voy pa’ allá.

Colgó el teléfono y se lo guardó. Quiso preguntarle a su amigo que qué había pasado con la llamada, pero no pudo, de pronto vio como de ambos lados venían apuntándolo sus enemigos.

La Cristi se estaba poniendo el pantalón cuando La Negra les tocó la puerta del cuarto.

– Epa, tortolos, ya bájenle dos que se tienen que ir, mi mamá puede llegar en cualquier momento.

– Ya vamos – fue Johnny quien contestó.

Se levantó y se vistió rápido, tomó a La Cristi de la cintura y salieron de la habitación. Afuera estaba La Negra esperándolos.

– Ujum, pero mírenle la cara a La Cristi, eso como que estuvo bueno – exageró una carcajada y se dirigió a Johnny – Me regalas un minuto.

– ¿Estaba virgencita la pollita? – preguntó.

– Eso lo que estaba era divino. La muy tonta piensa que somos novios o algo así. A la primera de cambio la mando a que le dé por ahí, ya tuve lo que quería.

La Negra sonrió y antes de regresar con su amiga, le estampó un beso a Johnny y le agarró el pene sobre el pantalón.

– Espero que más tarde vengas a devolverme el favor – Lo soltó y salió meneando las caderas para provocar a Johnny.

Pedro subió a la platabanda de su casa con una arepa sobre un plato de peltre y un vaso de leche para su mamá.

– Madre, ya, deje esa ropa así y venga a comer, seguro que mis hermanos están por llegar.

– ¡Ay mijo!, por qué no dejó esa arepa allá abajo, yo lo que menos quiero es comer, ando preocupada por el loco de su hermano y por la alborotada de La Cristi. – Dejó la ropa en el lavandero y se secó las manos de un delantal que se había colocado.

Pedro se conmovió tanto al ver el rostro de su madre tan descompuesto. Sus ojos estaban cansados, unas bolsas le colgaban de ellos. Tenía los cabellos despeinados de tantas veces que se pasaba las manos sobre la cabeza.

- Madre yo sé que no te gusta que hablemos de esto pero tú no has pensado en hablar con mi papá y mandar a Henderson para allá, usted no ve que aquí anda en malos…

– Ningún papá, ningún papá, yo me he cansado de decirles a ustedes que no tienen papá. Su único papá soy yo, que me he reventado pa’ criarlos, no él que nos abandonó en la primera que pudo.

– ¡Tranquila, mamá! Pero es que es la única manera que veo para sacar a Henderson de este barrio antes que algo malo le vaya a pasar.

– ¡Ay, hijo! Créeme que lo he pensado pero no quiero molestar a ese señor para nada.

– Mamá pero entonces que vamos a hacer, ya Henderson está metido en esa mala vida, lo que falta es que mate por ahí.

– No te permito que vuelvas a decir esas cosas de tu hermano, tú no puedes decir que es un malandro, tú no lo has visto robando ni consumiendo, ni matando.

– Por eso mismo, mamá, no lo hemos visto, pero los vecinos del barrio más de una vez han venido a decirte…

– Los vecinos que se ocupen de sus propios asuntos – dijo alzando la voz como para que todo aquel que pudiera estar escuchando, la oyera – yo sé quien es mi hijo y ese muchacho lo que me salió fue tremendo, pero no malandro, no te voy a permitir que estés diciendo esas cosas de él.

– Mamá, es mi hermano, yo sé que es difícil, pero lo mismo pasa con Cristina, esa junta que carga con La Negra, todo el mundo sabe que esa mujer es una loca y sabrá Dios qué andarán diciendo ya de Cristina.

– ¿Y es que tú comes con lo que digan los demás? – Teresa ya estaba molesta por las insinuaciones que Pedro hacía de sus hermanos – Mire Pedro, usted es mi hijo pero no voy a seguir tolerando que hables mal de tus hermanos... La Cristi solo es una niña y sí hay que quitarle esa juntica, pero hasta ahí, y Henderson, lo que le gusta es la calle, ese muchacho nunca en su vida a agarrado una pistola.

Teresa quiso seguir regañando a su hijo pero se escucharon varios disparos muy cerca de la casa. Pedro agarró a su mamá y la tiró al suelo junto a él porque las detonaciones se escuchaban muy cerca. La madre se soltó de los brazos de su hijo y bajó corriendo las escaleras de la platabanda mientras se seguían oyendo los disparos.

Con cada detonación Teresa sentía que su alma se iba yendo de su cuerpo. Sin quitarse el delantal llegó a la puerta. Cuando tiró su mano para abrirla, Pedro la detuvo y un disparo pasó por la ventana de la casa.

Ambos se tiraron nuevamente del suelo y oyeron como la gente comenzaba a gritar. Aquellos gritos hacían que a Teresa se le pusiera la piel de gallina. Con cada grito sabía que algo muy malo había pasado y su corazón de madre le decía que ese algo malo tenía que ver con su hijo, con Henderson.

Antes que pudiera salir corriendo de la casa, la puerta se abrió de par en par, era una vecina que llegaba con una noticia que Teresa jamás quiso oír en su vida.

La Cristi se metió corriendo de nuevo para casa de La Negra e intentaba retener a Johnny para que no saliera para la calle. Ya todo el tiroteo había pasado, pero este quería salir a ver qué había pasado.

– ¿Qué te pasa vale? Déjame salir – Johnny manoteaba para apartar los brazos de La Cristi.

– Tú no ves que se estaban cayendo a tiros. Espérate un rato, yo también tengo que irme para mi casa.

– Si yo quiero salir yo salgo chica, deja la ladilla – Johnny volvió a apartar los brazos de la chica.

– No voy a dejarte salir amor, no voy a dejar que te pase nada malo en la calle.

Aquello hizo que Johnny soltara una carcajada que se pudo oír hasta la calle. La Negra se tapó la boca para no dejar mostrar la risa y se fue hacia la cocina de su casa.

– ¿Cómo fue que me llamaste? Tú estás loca o qué vale, yo no soy ningún amor tuyo.

– Pero si tu y yo acabamos de…

– ¿De qué? ¿De hacer el amor? Te volviste pero loca, tu y yo lo que tuvimos fue sexo y uno bien rico por cierto.

– Pero si tú me decías que me querías… La voz de la chica demostraba ganas de llorar.

– ¡No hija! Dele por ahí, yo no quiero pegoste en mi vida, así como estoy, estoy bien, si tú creías que nos habíamos empatado o algo, bájese de esa nube.

Antes que La Cristi pudiera decir algo y evitar que por sus ojos se asomaran gotas de lágrimas, una mujer comenzó a tocar la puerta como loca.

– Negra, Negra sal, hay un muerto en La pared del asesino.

La Negra salió de la cocina con un vaso de agua, lo dejó en la sala y fue corriendo a averiguar. Johnny empujó a La Cristi y ésta se limpió las lágrimas antes de ir a ver qué había pasado.

Teresa empujaba a toda gente que veía en su camino sin importarle quien fuera. Realmente ella no podía ver ni siquiera, solo quería llegar a La pared del asesino para asegurarse que su vecina se había equivocado, y que Henderson no podía haber sido el muerto.

La mujer dejó las cholas tiradas en las escaleras y no le importó seguir corriendo descalza. En su mente le llegaban recuerdos de Henderson cuando estaba pequeño y lo veía jugando con sus juguetes, lanzando su primera pelota de beisbol, pateando su primer balón… Un nudo le tapaba la garganta, pero por sus ojos caían cascadas de lágrimas que le nublaban la vista.

La pared del asesino no quedaba muy lejos de su casa, estaba al finalizar las escaleras. Teresa, a la que aun le faltaban varios escalones, pudo ver a un joven tirado en el suelo con la franelilla bañada en sangre. El cuerpo estaba boca abajo. Pudo reconocerlo por la gorrita nike que ella le había regalado en navidad.

Sin llegar, su corazón comenzó a latirle a mil por horas, y no por el cansancio, no, Teresa lo que menos sentía era dolor en sus piernas, lo único que le dolía era su corazón. Al llegar al cuerpo del joven, las piernas no le respondieron más y se cayó sobre su hijo bañado completamente de sangre.

La gente intentaba levantarla pero ésta lanzaba golpes y arañazos a todo aquel que intentaba alejarla de su hijo. Ni siquiera Pedro pudo recogerla. Este decidió armarse de valor para controlar a su madre, pero realmente tenía ganas de tirarse al igual que ella sobre el cuerpo sin vida de su hermano.

Teresa gritaba desesperadamente y los vecinos dejaron de internar calmarla. No había nadie que pudiera controlarla. De su boca lo único que salía eran llantos desgarradores que le helaban la piel a todos los que presenciaban la escena. Pedro se agachó a su lado y colocó una mano sobre el hombro de su madre mientras que con la otra tocaba las piernas llenas de agujeros de su hermano.

La Cristi llegó y, al igual que su madre, se abalanzó sobre su hermano y eran ahora tres llantos que se oían cerca del cuerpo.

Uno de los vecinos comenzó a tomarle fotos a Henderson y Teresa vuelta una fiera dejó a su hijo en el suelo y se abalanzó sobre el vecino, demostrando lo que una madre era capaz de hacer por su hijo, aunque este estuviera muerto.

– Deja de estar tomando fotos. Deja a mi hijo en paz – Teresa tenía la cara llena de lágrimas. Agarró, vuelta una fiera, el teléfono del vecino y lo estrelló contra la pared.

Se tiró de rodillas y comenzó a tirar de sus cabellos y a pasar las manos ensangrentadas por su rostro.

– ¿Por qué no me hiciste caso, Henderson? Te dije que te vinieras para tu casa. Ay hijo, por qué tú, por qué tuviste que ser tú.

Las palabras ya no podían salir de su boca debido al nudo tan fuerte que tenía en su garganta. Volvió a agarrar a su hijo pero esta vez le dio la vuelta y el rostro de Henderson era irreconocible.

Pasaron varios minutos y ya Pedro se había vuelto a recomponer e intentó levantar a su madre, quien ya estaba completamente silenciosa pero no soltaba a su hijo. La mirada de la mujer estaba completamente perdida. La Cristi en cambio, estaba de pie frente al cuerpo de su hermano, abrazada a La Negra, quien tenía la boca abierta por la escena que veía.

Pedro pudo levantar a su madre y al pasar 30 minutos, llegaron los del C.I.C.P.C y algunos reporteros. Los policías comenzaron a hacer su trabajo y Teresa no respondía a ninguna de las preguntas que estos le hacían.

Un periodista se le acercó y solo hubo una pregunta que fue capaz de sacarle palabra.

– Señora, ¿usted era la madre del joven?

– Era no, soy la madre del joven. Él era un muchacho sano, no se metía con nadie… y estos delincuentes vinieron y me lo mataron. Yo quiero aprovechar y decirle al único culpable de toda esta violencia en los barrios. Señor presidente, póngase un minuto en mi lugar y explíqueme que se siente perder a un hijo de esta manera. Seguramente usted nunca habrá pasado por esto y ni Dios quiera que lo pase porque este dolor tan gigante no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Teresa apartó el micrófono de un manotazo y rompió en llanto nuevamente, mientras Pedro la mantenía entre sus brazos. La gente comenzó a murmurar y a sus oídos solo pudo llegar una oración: “Si claro, un muchacho sano, y hasta malandro era la ratica”. Aquello provocó que siguiera llorando, pero por un momento retrocedió el tiempo y recordó lo que escuchó en la radio hace una hora cuando había llegado a su casa. El periodista se paró frente a la cámara y comenzó a hablar.

*** La victima respondía al nombre de Henderson Manrique, según su madre era un joven que no se metía en problemas, sin embargo los vecinos afirman que formaba parte de una banda de delincuentes que operan en el barrio Los Sueños. El crimen fue cometido luego de una balacera que tuvo lugar en la escalera N°8 de la zona, zona apodada por sus habitantes como La Pared del asesino. Esta es toda la información que tenemos hasta los momentos y más adelante, en la emisión estelar, ampliaremos los detalles.
 

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