Always Together - Capítulo 1



Eso no era amor


Dicen que es amor cuando un centenar de mariposas invaden tu estómago cada vez que lo miras, escuchas o piensas en él. Dicen que es amor cuando tu pierna, la derecha más que todo, se levanta al más sensible roce de sus labios con los tuyos. Dicen que es amor cuando duras horas y horas conversando por Whatsapp (antes era por mensaje de texto pero la tecnología avanzó) y nunca se quedan sin tema de conversación; también dicen que es amor cuando, sin darte cuenta, no puedes dejar de pensar ni un solo minuto en él, y todo lo tratas de vincular con sus cosas… en fin, eso es lo que dicen sobre el amor, pero ¿qué pasa cuando no te ocurre nada de eso? ¿Estás o no estás enamorado?
Raúl no lograba encontrar respuesta a esa duda. No sabía si era cariño, deseo, entusiasmo por su primera relación, o si verdaderamente era amor. Decidió no seguir saturándose con eso porque igual ya faltaba un día para celebrar su primer aniversario junto a Andrés.
Andrés llegó a su vida digamos en el peor momento de su relación familiar: llegó para alegrar su vida luego de ser rechazado por sus padres.
Raúl estaba tan vulnerable que una tarde se le acercó Andrés, le invitó un café, e iniciaron una conversación que se transformó en una relación de 364 días. Sí, 364 días porque lo que sucedió fue motivo suficiente para finalizar la relación “de amor” sin llegar al año.
- ¡Necesito encontrar el regalo ideal para Andrés! Es un año de relación, no tres días – exclamó Raúl al aire como si conversara con alguien mientras paseaba por el área de caballeros en una tienda de ropa.
Mientras decidía si lo mejor era comprar ropa u otra cosa, la encargada de la tienda se le acercó.
- ¿Crees que una franela, pantalón, zapatos u otro accesorio es un regalo ideal de aniversario? – le dijo mientras doblaba las franelas que Raúl había desordenado para ver cuál le gustaba más para su novio.
- ¿Realmente? ¡NO! Pero es que no tengo ni idea de qué puedo regalarle – se encogió de hombros y dejó la camisa de cuadros rojos y negros que tenía en la mano – Él es tan cerrado que temo si le gustará o no. Pero ¡algo tengo que darle! Es nuestro aniversario.
- ¡No te preocupes! Si lo amas de verdad sabrás cuál será el regalo perfecto para él – dicho esto la encargada lo dejó solo y se retiró a atender a una pareja que había entrado a la tienda.
Raúl no supo si sentirse bien o no porque la encargada había dado justo en el clavo. Cómo se supone que no sabría que regalarle a su novio si estaba enamorado de él… ¿no era que el amor adivinaba lo que la otra persona sabría atesorar?
Decidió salir de la tienda y optó por una antigüedad que había visto días antes en un local cercano a la casa de Andrés. Al llegar a la tienda, por suerte, encontró un llavero muy envejecido con forma de la Torre Eiffel. Dudó en dárselo porque ese llavero, precisamente con la Torre Eiffel guarda un significado muy grande, representaba uno de los más grandes sueños de su vida: conocerla en persona.
Optó por pagarlo y luego decidiría si se lo entregaba o no. No sabía porque dudaba en darle un objeto que para él tendría un gran valor. Precisamente ese valor era lo que le daba mayor peso al obsequio.
Caminó hasta su casa para arreglarse con tiempo, pero antes de entrar a la ducha llamó a su novio.
- Hola, Andy. ¿Cómo estás? Quería saber si hoy llegabas temprano a tu casa – le preguntó con la esperanza de que la respuesta fuera un rotundo NO, como siempre lo hacía.
- Raúl tu sabes que todos los viernes llego tarde a la casa, no entiendo porque me llamas para preguntar eso – Andrés sonaba un poco alterado.
- Para saber porque no quería quedarme esta noche en mi apartamento. Estoy aburrido de estar solo tanto tiempo – mintió para que no sospechara de la pregunta.
- Tú sabes que los viernes es imposible para mí – dijo de forma tajante – Te tengo que dejar porque mi jefe me está llamando para una reunión de última hora. Te llamo más tarde.
            - Adi… - no terminó de despedirse porque escuchó el tono que indicaba que la llamada había sido finalizada.
El trato de Andrés no lo sorprendió para nada. Estaba acostumbrado a los tratos desinteresados de él cuando lo llamaba durante la jornada de trabajo.
A diferencia de Raúl, Andrés seguía ocultando su homosexualidad y no estaba interesado en que se supiera de la relación que mantenía hace casi un año. Siempre que podía le repetía que por nada del mundo se podían enterar, ni en su trabajo, ni en su entorno, que le gustaban los hombres; según decía, eso acabaría con su carrera.
Raúl no podía entender por qué en pleno siglo XXI Andrés seguía pensando que su homosexualidad acabaría con su carrera, si la sociedad estaba haciendo su mejor esfuerzo para aceptar que dos hombres pudieran amarse de forma bonita sin dañar a los demás.
En varias oportunidades ese tema había sido crucial para causar molestias entre ellos, pero siempre Raúl daba su brazo a torcer “por amor” y claudicaba para llevar la fiesta en paz. Pensaba que no era necesario que la familia de Andrés dejara de creer que él era un gran amigo de la facultad, y que en la empresa lo conocieran como el primo lejano que se dedicaba al periodismo  investigativo.
Dejó el llavero sobre el mesón de la cocina, a donde se había dirigido por un vaso de agua. Fue a su habitación y se duchó.
Al salir del baño planificó la sorpresa que le daría a su novio. Ya tenía todo listo. Usaría la copia de la llave del apartamento que le había quitado a Andrés, sin que éste se diera cuenta, para decorar la habitación y pasar una noche romántica pre-aniversario.
Tomó el llavero de la cocina, lo metió en el bolsillo de su chaqueta y descolgó las llaves del carro. Eran las 7:00 p.m. cuando bajó al estacionamiento del edificio, verificó que tuviera las botellas de champang en la maleta del carro, junto a las flores y las bandejas de dulces y bocados que había encargado para la ocasión.
Mientras manejaba, pensó que no tenía por qué dudar del amor de Andrés, ni por qué tenía que seguir dándole vueltas a si lo que sentía era amor o no. Sabía que los constantes cambios de humor de Andrés se debían a que estaba cansado de ocultar su homosexualidad, aunque él no lo aceptara. Sabía que Andrés lo amaba porque de lo contrario no estaría con él tanto tiempo. Sabía que Andrés lo apoyaba en todas las decisiones que tomaba, después que tuvo que alejarse de su familia por su preferencia sexual. Andrés había sido el único que le había tendido la mano después que su familia lo rechazara y lo lanzara a calle.
Por esas razones, y más, Raúl no dudó más y arrancó el carro en dirección a la casa de su novio. Reflexionar sobre los momentos vividos junto a Andrés le había servido para convencerse que lo que sentía si era amor. Una sonrisa se dibujó en su rostro y sintió el peso del llavero en el bolsillo de su chaqueta. En ese momento, después de 364 días, sabía que Andrés era la persona con la que debía compartir todos sus sueños. No tenía por qué poner límites.
Estacionó en la entrada del edificio donde vivía Andrés, saludó al portero, que ya lo conocía, y entró en el ascensor donde, a duras penas pudo marcar el piso 13 porque cargaba las manos ocupadas con los bocados, las flores y las botellas de champang.
Una vez el ascensor abrió, caminó hasta la puerta del apartamento. Por un breve instante sintió que no debía estar ahí, pero se reprendió a sí mismo por su inestabilidad emocional: no podía estar bien cinco minutos e inseguro 10 más.
Como pudo, metió la llave en la cerradura, y al abrir escuchó una música muy suave que provenía del equipo de música que Andrés tenía. Puso los ojos en blancos y pensó en lo despistado que se había vuelto su novio.
Dejó las cosas sobre la mesa y apagó el equipo. Apenas reinó el silencio pudo distinguir otros ruidos que provenían de la habitación. Su corazón comenzó a latir con mucha fuerza y no supo qué hacer.
Aquellos ruidos solo podían significar una sola cosa, pero no sabía ni quería entender por qué.
Se armó de valor y decidió ver quién o quiénes eran los causantes de ese ruido, aunque mentalmente rezaba para que fuera el televisor que Andrés había dejado encendido por puro olvido, al igual que había dejado el equipo de sonido.
Colocó su mano derecha en el pomo de la puerta de la habitación, pero para su sorpresa no hizo falta girarlo porque estaba entreabierta. Se detuvo cinco segundos para inspirar hondo y entrar.
Empujó la puerta.
Para su sorpresa, Andrés y su jefe estaban desnudos en la cama. Ambos iban sincronizados con los movimientos que sus cuerpos emitían debido a la fuerza con la que disfrutaban de un momento sexual.
La boca de Raúl no le llegó al suelo porque anatómicamente es imposible, pero la cara de asombro era tan grande que no supo cómo reaccionar. Se quedó helado en la puerta observando cómo Andrés, su novio, penetraba a su jefe con los ojos cerrados. La posición en la que se encontraban quedaba justo al frente de la puerta, es decir que si Andrés abriera lo ojos vería a Raúl parado allí, sorprendido.
Como si lo fuese escuchado, Andrés abrió los ojos y se detuvo en seco al mirar cómo de los ojos de Raúl salían lagrimas sin frenos. Éste no se movía, solo veía y lloraba.
Andrés se levantó rápidamente y comenzó a vestirse mientras levantaba los brazos de forma desesperada como dando a entender que todo tenía una explicación. Raúl no escuchaba lo que éste le decía. Decidió darse la vuelta y marcharse. Sabía que ya no tenía nada qué hacer en aquel lugar.
Andrés intentó detenerlo, pero su cuerpo se llenó de tanta ira que se dio la vuelta y le propinó un fuerte golpe en la cara sin decirle una sola palabra. Andrés cayó en el piso con la nariz sangrando.
Raúl no dijo nada. Se tocó el bolsillo del pantalón donde había guardado la llave del apartamento de Andrés, se la tiró encima y salió hacia el ascensor. El golpe sirvió para frenar los intentos de Andrés en querer detenerlo.
Raúl bajó en silencio, llegó a su vehículo y lo encendió. Cuando llegó a su casa fue que se permitió abatirse y maldecir por lo que había visto.
Se dirigió a la cocina en busca de algún licor pero recordó que todo lo que tenía lo había dejado en la mesa de Andrés. Se maldijo a sí mismo y se fue a su habitación. Se hizo un ovillo en la cama mientras lloraba desconsoladamente y aferraba sus manos al pecho.
El teléfono de la cocina sonaba cada tres minutos, y su celular también. No quiso atender porque sabía que era Andrés para intentar dar excusas por la escena vista. No quería volver a verlo ni hablarle en su vida porque lo que había visto no tenía explicación alguna.
Lloró durante más de media hora ahí en su cama hasta que decidió levantarse para ducharse de nuevo.
Mientras el agua recorría su cuerpo, su mente comenzó a trabajar de forma acelerada. Recordó cuántas veces le decía a Andrés para pasar el fin de semana en su casa y éste se negaba de forma tajante porque “llegaba tarde del trabajo”. Recordó la vez que le pidió una copia de la llave del apartamento y éste se negó con un fuerte NO porque “era su espacio de privacidad y en una relación siempre debía existir privacidad”. Recordó la vez que quiso ir a visitarlo a la empresa y Andrés le dijo que no porque “no podía recibir visitas”; recordó la vez en la que le dijo de forma agresiva que ni por error podían enterarse que él era homosexual.
Raúl golpeó con fuerza la pared del baño para tratar de eliminar la idiotez de su cuerpo. Se sentía el ser más imbécil de la tierra. Se preguntaba a sí mismo cómo no pudo darse cuenta que el empeño de Andrés en no querer que en su empresa se enteraran de su homosexualidad se debía a que no quería que su jefe supiera que llevaba una relación paralela.
Cerró la llave de la ducha y se secó frente al espejo del baño. Se observó y comenzó a criticarse a sí mismo. Por un momento se juzgó como responsable de la infidelidad de Andrés, porque no podía compararse con su jefe: un hombre adinerado, atractivo, y con un futuro por delante.
Cerró los ojos y a su mente regresaron las imágenes de aquella noche. Se sintió mucho peor y decidió tomarse un calmante para dormir tranquilo y no pensar.

Al siguiente día se levantó con un fuerte dolor de cabeza, se metió al baño y tomó un acetaminofen. Salió a la cocina para prepararse algo de desayuno. Se le cayó el alma a los pies cuando vio a Andrés sentado en el mesón.
- ¿Qué estás haciendo tú en mi casa? – le dijo con toda la firmeza que pudo.
- Necesitamos hablar – respondió Andrés con cara de arrepentido.
- Tu y yo no tenemos nada de qué hablar – se dirigió a la cocina y le dio la espalda – lo que vi anoche no necesita explicación.
- ¡Claro que no tiene explicación! Pero necesito que me escuches.
- No tengo por qué escucharte – Raúl se volteó con fuerza – no quiero escucharte. Necesito que te vayas y me dejes solo.
- No me iré hasta que me escuches – insistió.
Raúl decidió no hacerle caso y enchufó la tostadora de pan de la corriente. Luego sacó dos panes y les untó mantequilla.
- Sé que estás molesto conmigo y tienes toda la razón – Andrés se levantó – comprendo que te sientas así, pero necesito que sepas por qué lo hice.
- ¿Desde cuándo te ves con él? – preguntó Raúl mientras trataba de concentrarse en el desayuno.
- Desde hace cinco meses – respondió.
Raúl dejó de hacer lo que hacía y se aferró con fuerzas al buró de la cocina mientras hervía en sentimientos: ira, decepción, tristeza.
- No sé cómo sucedió pero con Leonardo me siento completo. Él me da…
- Él te da lo que no puede darte un simple periodista que depende de un sueldo mínimo y de los bonos que la revista le da cada vez que logra hacerse con un premio por su destacada labor – terminó de decir Raúl.
- No es eso, Leonardo me llena y me hace sentir enamorado.
Raúl sabía que no podía llorar, no debía demostrar debilidad, pero una fuerza interior lo dominaba y no pudo seguir reteniendo las lágrimas que se agolpaban con fuerza en sus ojos. A pesar de llorar en silencio, siguió sin darse la vuelta para que Andrés no lo notara.  
- Sé cómo te puedes sentir, pero tienes que saber que no te amo, Raúl, y creo que nunca lo he hecho.
- ¿Entonces por qué esperaste tanto tiempo para decírmelo? – Raúl se volteó porque no podía seguir haciéndose el fuerte. – Si yo no fuese entrado a tu apartamento ayer no lo sabría y seguirías engañándome – le recriminó.
- ¡CLARO QUE NO! Yo estaba por decírtelo, solo que no encontraba el momento indica…
- ¡Y, claro! Mientras tanto seguías dándome esperanzas y “amándome” de lunes a jueves. ¡Qué gran idea! – Ironizó Raúl, al tiempo que apagó la tostadora y se dirigió con ímpetu a la puerta del apartamento.
- Te pido que por favor te retires de mi casa y de mi vida ¡YA MISMO! – Raúl abrió la puerta y señaló la salida con decisión.
Andrés no dijo nada. Bajó la cabeza y salió del apartamento. Éste no había terminado de salir cuando Raúl empujó la puerta y la cerró con fuerza. No aguantó más y se tumbó al suelo pegado a la puerta mientras volvía a llorar desconsoladamente.
Por fin había encontrado la respuesta a la interrogante. Por fin supo que lo que sentía Andrés por él, evidentemente, no era amor; supo que lo que él sentía tampoco era amor, sino un férreo intento de mantener una relación que surgió producto de la inestabilidad emocional en la que se encontraba justo en el momento en el que lo conoció.
Durante los 364 días que duró su noviazgo, supo que algo allí pasaba, pero Andrés era su único sustento, no tenía a más nadie con quien compartir porque había abandonado a sus amigos por un supuesto amor.
Lo que sentía por Andrés dejó de ser amor para luego pasar a una necesidad de tener a alguien que le demostrara afecto, un afecto que se convirtió en un calvario.
Se levantó del suelo, se secó las lágrimas y buscó el llavero que le había comprado a su ahora ex novio para celebrar su aniversario. Decidió conservarlo porque a fin de cuenta entendió que cuando lo compró, lo hizo fue para sí mismo, y no para obsequiarlo, al menos no por ahora.

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