Always Together - Capítulo 4


Pony Club

El ambiente en Pony Club se prestaba para una buena noche de farra. El local estaba a reventar. Raúl, Mía y Víctor encontraron, por pura suerte, unos puf en el fondo del local. La música electrónica retumbaba en los oídos del trío de amigos, aunque por la distribución del ambiente, había lugares en los que se podía disfrutar de unos buenos tragos y una amena conversación.
            Raúl no se sentía cómodo del todo. Había asistido por puro compromiso con Mía, y porque sabía que ella era capaz de tumbar la puerta del apartamento y sacarlo por un brazo. Tan desanimado estaba que no se arregló mucho, se colocó lo primero que consiguió: un jeans, zapatos marrones que hacían juego con su jersey, y una franela blanca.
            A diferencia de él, Víctor estaba que no cabía de pura adrenalina. Él si estaba seguro a qué iba a Pony Club. Según su filosofía, de Pony se salía con al menos un número telefónico porque de lo contrario se podía dar por perdida la noche. Obviamente el número que él quería era el de Sebastián.
            - ¿Y a qué hora llega nuestro amigo? – le preguntó a Mía como si no estuviera tan interesado.
            - ¡No lo sé! – Le dijo mientras volteaba los ojos – Solo me dijo que llegaría y ya. Seguro viene pronto.
            - Que llegue porque de lo contrario éste – Raúl señaló a Víctor – va a quedar vestido y alborotado.
            - ¡Como si le fuese a importar de todas formas!
            Ambos amigos se carcajearon en complicidad.
            - Bueno ya que vine – dijo Raúl poniéndose de pie – por lo menos me tomaré un par de tragos. Tampoco me voy a quedar toda la noche aquí viendo como ustedes se divierten
            - ¡QUÉ! – dijo Mía poniéndose de pie – Tú no te vas a quedar viendo a nadie, usted se viene a bailar conmigo.
            Mía arrastró a Raúl al centro de la pista para mover el esqueleto. Al principio no quería pero después comenzó a sentirse a gusto y se dejó llevar por la música.
            En Pony la música complacía a todos los gustos. Desde electrónica hasta rolas de los 70’s, 80’s, y 90’s. A pesar de ser una discoteca de ambiente, abundaban chicos y chicas heterosexuales. Eso se debía a la excelente selección musical.
            Raúl se dejó llevar por el compás de la música y por un momento se olvidó de todos los “problemas” que invadían su vida. Bailó con Mía, y con otras personas, durante un buen rato hasta que la sed pudo más y fue por unos tragos.
            Cuando llegó a la barra reconoció al bartender y, en lugar de saludarlo con alegría, lo saludó sin mucha emoción porque cayó en cuenta de dónde se encontraba.
            - Hola, Julio – gritó para hacerse oír sobre la música – Me das dos cocteles por favor.
            - ¡No faltaba más, Raúl! – Julio preparó los tragos muy rápido. Se los ofreció y no le tomó el dinero cuando éste iba a pagar. - ¡NO! Cómo crees que voy a cobrarle al mejor amigo del jefe. – Julio sonrió y procedió a limpiar su área de trabajo.
            - Andrés y yo ya no somos amigos – le respondió – así que debo pagar mi pedido.
            - ¡No lo sabía! – Julio dejó de hacer lo qué hacía – pero igual no importa. ¡La casa invita!
            Supo que no podía hacer nada para que Julio le aceptara el dinero de las bebidas. Las cogió y se fue a buscar a sus amigos. Mientras pasaba por el mar de personas que bailaban desenfrenadamente, hizo nota mental de que no volvería a buscar bebidas por lo que quedaba de noche. No quería que Andrés se enterara que estuvo allí y que para completar bebió de gratis.
            Pony Club era un ambiente festivo que formaba parte de los innumerables negocios externos que Leonardo, el jefe y amante de Andrés, tenía bajo su dominio. A pesar de ser un empresario destinado a otro tipo de negocios, le gustaba invertir su dinero en locales de vida nocturna. Raúl conocía todos los detalles de Pony Club porque Andrés era el administrador desde hace un par de años.
            Cuando llegó hasta sus amigos, a quienes ya se le había sumado Sebastián, y que Víctor no dejaba de intentar sonsacar para bailar, Mía lo notó raro y decidió llevárselo un momento afuera para fumarse un cigarrillo: excusa para hablar con tranquilidad.
            - Ahora sí… dime qué te sucedió porque cargas una cara que quedaría perfecta para un funeral – Mía encendió el cigarrillo y se lo llevó a la boca.
            - Primero – enumeró Raúl – apuntas tu humo para otro lado. Sabes que odio verte fumar. Segundo, no recordaba que éste local le pertenece al amante de Andrés.
            - Primero – se burló Mía – yo sé que no te gusta verme fumar, pero xs. Segundo, ¿qué importa que éste local sea de ese tipo?
            - Que no me siento cómodo estando aquí, y menos sabiendo que en cualquier momento se puede aparecer Andrés.
            - Tendrías que ser el hombre con la peor suerte del mundo.
            - Creo que justo en éste momento lo soy – Raúl miraba a todos lados como esperando que Andrés apareciera.
            - Mejor volvamos adentro – dijo Mía apagando el cigarrillo y guardándolo de nuevo en su bolsillo – hay que seguir disfrutando. Además debemos ir a salvar a Sebastián, seguro Víctor lo carga loco.
            Raúl sonrió al tiempo que colocaba su brazo derecho en forma de aza para que Mía se enganchara. Al pasar las puertas del club, la música volvió a retumbarles en todo el organismo. Cuando llegaron al lugar que ocupaban, notaron que ni Sebastián ni Víctor estaban allí. Raúl buscó con la mirada por encima de las personas y los ubicó en la pista de baile: ambos estaban disfrutando al buen ritmo de J Balvin.
            - Creo que Víctor logró lo que quería – dijo señalando al espacio en el que el par de amigos bailaban.
            Mía abrió la boca de forma exagerada al notar lo relajado que estaba Sebastián mientras bailaba con Víctor. El público también los observaba y les hacían porras mientras ambos se movían de excelente forma.
            Al cabo de unos minutos regresaron con un par de bebidas en las manos.
            - Creo que había olvidado la última vez que bailé de esa forma – dijo Víctor mientras se dejaba caer en el puf de forma exagerada.
            - ¡Estuvo genial! – dijo Sebastián, quien también se dejó caer en su asiento.
            - ¡Ya me di cuenta! – Mía tomó el trago que le pasaba Sebastián.
            - Tenemos que repetirlo, Sebas – decía Víctor mientras tomaba de su vaso – la gente nos veía con gran envidia.
            Sebastián sonrió pero no tuvo chance de responder porque una chica se le acercó y le tendió la mano para sacarlo a la pista. Él no se lo pensó dos veces y se dejó llevar.
            - ¿Qué se ha creído la bitch ésta? – Expresó Víctor incorporándose en el asiento – tanto que me costó para sacarlo a bailar, y viene ésta, le estira la mano, y listo.
            - Si no te has dado cuenta – aclaró Raúl – es una chica, y por la forma en la que le está coqueteando creo que le gusta y, por la forma en la que Sebastián le está respondiendo creo que ese par pasarán una noche de lujo.
            - Eso es correcto – se burló Mía – Pero, Víc. Tú deberías ir bajándote de esa nube porque sabes muy bien que Sebastián no es gay. No te va a parar.
            Víctor le puso los ojos en blanco, tomó su trago y fue al baño.
            - Cuando a Víctor se le mete algo entre ceja y ceja no hay nadie que se lo saque – dijo Raúl mientras veía a Sebastián coqueteando con la chica – Pero es mejor bajarlo de la nube de una vez porque Sebastián se ve que está muy bien definido.
            - Yo que lo conozco estoy completamente segura que Sebastián no va a ceder ante Víctor – señaló Mía – Y no porque sea Víctor, sino que a él le gustan las chicas. Para muestra un botón.
            Raúl volvió a girar su mirada hacia la pista de baile, pero no logró enfocar a Sebastián porque le pareció haber visto al chico con el que había cruzado miradas en la heladería.
            Al parecer solo fue su imaginación porque miró en varias direcciones y no dio con el chico. Su corazón comenzó a latirle a mil por horas igual que temprano. No sabía por qué aquel chico le hacía sentir eso si no lo conocía.
            Mía se dio cuenta que buscaba a alguien, y para reclamar su atención se colocó frente a él.
            - ¿Se puede saber a quién estás buscando? – Mía extendía los brazos de lado y lado para captar su atención – No me digas que vistes a Andrés.
            - No. Me pareció haber reconocido a un chico, pero – sacudió la cabeza como para borrarse las ideas – solo fue imaginación mía.
            - Tú definitivamente estás muy raro – dijo Mía arrugando la cara – Voy por otros tragos, ya vuelvo.
            Raúl se quedó solo. Aunque no quería darle tanta importancia a aquel chico, su mente lo traicionaba. Y ojalá solo fuera su mente, al parecer también su corazón. De tanto pensar y pensar ya casi ni le quedaba uña en el dedo índice de la mano derecha.
            No tuvo que pensar más en aquel joven, al menos no de forma imaginaria, porque lo tenía justo al frente. No era imaginación.
            - ¡Hola! Me llamo Esteban. Creo que tú y yo nos hemos visto en algún lugar.
            En el baño de caballeros, Víctor revisaba un celular que no era el suyo. Se lo había sacado a Sebastián del bolsillo mientras bailaban. Tenía intención de regresárselo, obviamente, pero antes quería investigar más del bailarín que lo traía loco.
            Se encerró en uno de los cubículos para no ser molestado. Para su suerte, el celular no tenía clave. Deslizó la pantalla con el dedo y lo desbloqueó. Lo primero que hizo fue irse a la carpeta de imágenes a ver que encontraba allí. No vio nada del otro mundo, pero si vio un par de fotos con una chica.
            - Puede ser su hermana, o una amiga. O simple conocida – se dijo.
            Esperaba encontrarse con algo que le indicara que Sebastián era gay. Su homofómetro le decía que sí era gay. Al no encontrar nada en la galería, decidió irse a la aplicación de Whatsapp para leer sus conversaciones.
            Para su sorpresa encontró un par de conversaciones subidas de tonos pero con tres chicas diferentes. La primera era una rubia despampanante con un cuerpo envidiable. Los mensajes con esta chica iban desde un “Hola, cómo estás” hasta un “Quiero que te frotes para mí”. Leer aquello le provocó calor.
            La segunda chica era una morena muy sexy, alta y con facciones muy fina. Con ella solo habían mensajes bonitos como de quien quiere cortejar la belleza femenina sin ningún tipo de intención. Decidió pasar de ese chat y se concentró en el de otra rubia con el que compartía más que textos.
            Vio un par de videos de aquella chica masturbándose y mostrando sus senos. Aquello no fue precisamente lo que le causó excitación, sino los videos que Sebastián le envió a aquella afortunada mujer.
            El primero fue de él en bóxer blanco que le quedaba de infarto. El video duraba apenas 45 segundos, pero en él se podía ver todo el cuerpo de Sebastián sin tanto trapo. Paseaba la cámara desde su cuello, bajando por el torso desnudo y definido que se gastaba, hasta llegar a su entrepierna que estaba exageradamente erecta.
            Víctor quedó con la boca reseca, pero el otro video lo dejó más pasmado aún.
            Sebastián le mostraba su erección a la rubia. Intentó calcular los centímetros de aquello que veía pero no pudo concentrarse porque el video finalizaba con una buena acabada. Decidió guardar su número de teléfono en los contactos y reenviarse ese material para luego verlo con más calma. Una vez enviado, eliminó el chat y el número de la agenda.
            Se metió el celular en el bolsillo, se echó agua en el cuello y salió del baño. Inventaría haber encontrado el celular en el puf luego que Sebastián se levantó a bailar con la desconocida que aun lo tenía del cuello.
            Iba a sentarse cuando notó que Raúl hablaba con un chico rubio. Decidió no interrumpir por si era un ligue. Buscó abrirse paso entre las personas para salir a tomar aire cuando de pronto miró a la pista y vio como la rubia se comía la boca de Sebastián y éste le respondía sin problema alguno.
            Maldijo en silencio y salió a tomar aire. Necesitaba aire fresco para evitar acercarse a la pista, tomar a la chica de su melena y arrastrarla fuera del local.
            Se dijo a sí mismo que haría lo que fuera para que Sebastián tuviera aunque sea un desliz con él.
            Raúl lo único que hizo fue mirar a Esteban con gesto de asombro. Por un momento pensó que estaba soñando, pero salió de su trance cuando el chico sonrió y bajó la mirada, tal cual como lo había hecho en la heladería aquel mismo día.

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