Always Together - Capítulo 2
Rechazado
Desde siempre Raúl estuvo consciente de su
orientación sexual. Solo hizo falta dejarse llevar por la aceleración de sus
pulsaciones cuando miraba a su vecino. En un principio no fue fácil para él
porque no estaba seguro de lo que sentía, pero con los días supo que era
atracción hacia su mismo sexo.
Creció en una familia en donde las mujeres eran más
machistas que los hombres. Odiaba las reuniones familiares porque siempre hacía
presencia la inoportuna tía que siempre le preguntaba “¿y para cuándo nos
presenta a la novia?”.
No se sentía el menos desdichado, pero si se sentía
incompleto, inconforme; sabía que no estaría 100% satisfecho consigo mismo
hasta que no se abriera a su familia y les contara sobre su preferencia sexual.
Una tarde, durante la celebración de los 25 años de
su hermana Mónica, supo que en su vida se le ocurriría salir del closet ante su
familia. O eso creía él.
- ¡Rebeca! ¿Te fijaste que el hijo de los Rodríguez
actúa de forma muy rarita? – preguntó la madre de Raúl, Sophia, a su cuñada.
- ¡Ay, sí!, pobre Nicolás – exclamó ésta mientras
paseaba por la habitación con una bandeja de pasapalos para el grupo familiar –
pero no sé qué les puede sorprender si desde pequeño ese niño se portaba así
– hizo un gesto despectivo – así rarito. Tú sabes a qué me refiero.
Raúl no conocía muy bien al único hijo varón de sus
vecinos, pero si había notado que el chico también era homosexual: su
homofómetro funcionaba a la perfección.
- ¡Pero eso es inaceptable! – dijo Thomas, el padre
de Raúl, al tiempo que levantaba los brazos como espantando zancudos – Si un
hijo mío me dice un día que es homosexual, prefiero matarlo y luego suicidarme.
Raúl disimuló como pudo y salió de la habitación en
la que se encontraban. Caminó hasta la cocina, donde por mala suerte pudo
escuchar claramente el alboroto que se había desatado en la reunión. Para su
mala suerte, todos estaban de acuerdo con Thomas.
- Yo pienso lo mismo – escuchó que decía su tío Raúl
– eso es como una enfermedad que se está apoderando de la juventud. No entiendo
aún cómo permiten que dos hombres anden por ahí queriendo ser mujer como si
nada, ¡eso debería ser un delito!
- Y qué me dices de las mujeres – dijo una de sus
tías – esas también son asquerosas. De verdad que este mundo está loco. Gracias
a Dios que en la familia no hay ningún bicho raro porque de lo contrario sería
el fin de nuestra honorabilidad.
Aquellas palabras lo único que hicieron fue
confirmarle a Raúl que su familia era extraña. No extraña como ellos llamaban a
los homosexuales, sino extraña en sus convicciones. Su familia hacía conocerse
entre los vecinos como un grupo solidario, humanitario y comprensible, tanto
así que entre los proyectos, no tan lejanos, existía la posibilidad de fundar
una organización para ayudar a las personas de escasos recursos.
- Yo lo único que diré sobre ese tema – intervino el
abuelo de Raúl – es que en esta familia acepto ¡puro machos! Nada de mariquitas
porque el primero que me salga con una cosa rara lo boto de la casa y que se
olvide de esta familia.
- ¡Papá, por favor! En esta familia no hay
homosexuales – dijo Sophia – Todos tus nietos ya están comprometidos. Algunos
hasta casados y con hijos, y los que quedan como mi Raulito, pues están muy
jóvenes aun para andar en esa.
- Si pero yo que ustedes me preocuparía porque ya va
mucho tiempo y no se le ha conocido ni una sola novia – ironizó el primo
Javier.
- ¡Epa, epa! Mosca con lo que intentas insinuar,
Javier, porque no voy a tolerar que hables así de mi hijo – Thomas comenzó a
alterarse.
- ¡Bueno, basta! – Mónica, la homenajeada, intervino
– Basta de hablar de esa forma. Para su conocimiento, ser homosexual no tiene
nada de malo. Conozco a muchos gays que han logrado un millón de cosas que ni
todos ustedes reunidos lograrían hacer.
- ¿QUÉ ESTÁS DICIENDO? – dijo Javier, al tiempo que
se levantaba de la silla.
- ¡Lo que escuchaste! No voy a permitir que sigan
hablando de esa forma de jóvenes que no tienen la culpa de haber nacido así. ¿O
es que acaso creen que la homosexualidad es una prenda que compras en cualquier
local, te la colocas, y ya sientes atracción por tu mismo sexo? Les informo que
¡NO ES ASÍ!
Cuando Raúl escuchó a su hermana hablar de esa
forma, sintió que había una esperanza en el seno de su hogar. Sintió que no
todo estaba perdido y que tenía a alguien de su sangre que lo podía entender si
decidía contar la verdad.
- Pues no sé cómo se pega eso, pero tampoco me
importa averiguarlo, ¡sape gato! – Javier intentó hacer un chiste y varios de
la familia le siguieron el juego.
- ¡Cuidado se te pega! Aunque sería bueno, así
tenemos una loquita de quien burlarnos – dijo otro de los primos.
- ¡BASTA! – Mónica se levantó de la silla muy
furiosa y amenazó con retirarse de la fiesta. – Se acabó, no voy a permitir que
sigan hablando de esa forma. Tengo amigos homosexuales y son las mejores
personas que Dios me ha puesto en el camino. Si tan solo los entendieran no
hablarían así.
- Prima… ¿no será que a ti te gustan las mujeres y
por eso los defienden tanto? – Javier cada vez intentaba ser más gracioso con
el tema.
- ¿Y si lo fuera cuál es el problema? – lo retó al
tiempo que se le acercaba frente a frente – No es tu decisión, ni tienes por
qué meterte.
- ¡SE ACABÓ! – El abuelo rompió la discusión – No
aceptaremos maricas en esta familia y punto. Y tú – señaló a Mónica – da
gracias a Dios que sé que estas comprometida y que te casas en un mes, porque de
lo contrario te echara ahorita mismo de la casa. Nadie en esta familia puede
ser homosexual, eso sería una maldición para nosotros; un asco, una aberración
que dañaría nuestra reputación.
Dicho esto el abuelo se fue directo a la cocina y se
topó frente a frente con Raúl.
- ¿Y tú por qué estás aquí y no estás afuera con los
demás? – Lo reparó de pies a cabeza – Quítate esa gorra tan chillona, los
hombres no usan esos colores tan escandalosos.
Raúl se quitó la gorra y la dejó sobre el mesón de
la cocina. En lugar de irse a la sala con los demás, subió a su habitación y
encendió la pc para conectarse en Facebook.
No había abierto la página cuando su hermana tocó la
puerta y pidió pasar.
- Vine a traerte algo de comer – le acercó un plato
con algunos pasapalos y un vaso con refresco. – Abajo estaban preguntando por
ti. Se armó todo una conversación muy incómoda…
- ¡Sí! Yo escuché… creo que el abuelo se alteró un
poco y fue muy cruel.
- No te preocupes, el abuelo solo exageraba. Yo
estoy segura que él no hablaba en serio porque…
- ¡No me preocupo! – Dijo Raúl mientras dejaba el
plato sobre la mesa de la pc y se levantaba para no ver a su hermana a la cara
– Yo no tengo porque preocuparme de nada. El abuelo se refería a los
homosexuales y yo no soy gay.
- Sí, tranquilo. Yo solo quería que supieras que no
tienes por qué preocuparte ni sentirte mal por nada. Yo voy a estar siempre
para apoyarte en lo que necesites, hermano.
Dicho esto, Mónica se le acercó, lo abrazó con
fuerza y luego salió de la habitación.
Raúl se echó a llorar en silencio. Necesitaba ese
abrazo. Soñaba todos los días con ese abrazo. Se dejó caer en la cama y allí
siguió llorando en silencio hasta que el sonido de su celular lo sacó del
momento de tristeza.
Mensaje de: Julián
- ¿A las 11:00 p.m. en el mismo lugar? Tenemos qué
hablar.
Le respondió
Para: Julián
- ¡Ok!
Julián y Raúl eran vecinos desde que ambos eran
niños y estudiaban en el jardín de infancia. Ambos notaron su homosexualidad
cuando tuvieron la edad necesaria para comenzar a razonar sobre sexualidad.
Su amistad pasó a ser más que eso cuando cumplieron
15 años. Todo comenzó en el baño de la escuela. Uno fue a acompañar al otro, se
miraron mientras se lavaban las manos, y de forma automática ambos se acercaron
para besarse.
Los dos no solo compartían la misma escuela, sino
también el mismo vecindario, por lo que todas las noches, o casi todas, se
veían en una vieja casa en el árbol en el patio de Julián. Ahí podían ser ellos
mismos sin tener que ocultar su relación.
Cada encuentro era especial para cada uno, pero Raúl
había notado que las últimas veces Julián parecía distraído: no lo trataba con
la misma intensidad que antes.
Recibir ese mensaje con la frase “tenemos qué
hablar” fue la guinda del pastel. Sabía que algo bueno no sucedería.
Decidió conectarse en Facebook, nuevamente, para hacer tiempo hasta que lo llamaran a
cenar.
Bajó con pocas ganas, pero sabía que no podía
rechazar la comida. Se sentó en la mesa junto a su familia y realizó el
tradicional rezo de agradecimiento “por los alimentos concebidos”. Sí, su
familia era muy católica, ahí la razón número dos para despreciar a los
homosexuales.
Una vez que terminó de comer, subió de nuevo a su
habitación, no sin antes desear las buenas noches. Arriba tomó un bolso, metió
su Ipod, unas cornetas inalámbricas, y un par de juegos de azar por
si estaba exagerando y no sucedería nada negativo con Julián.
Esperó que se dieran las 10:40 p.m. para salir de su
habitación. Comprobó que todo estaba a oscuras y salió de puntillas sin hacer
el más leve de los ruidos.
Cuando llegó al patio de Julián, y subió a la casa
del árbol, éste ya estaba adentro y lo recibió de la forma más inexpresiva
posible. Raúl intentó hacer como que no se dio cuenta de su actitud y se acercó
para darle un beso.
Julián giró la cara hacia un lado para rechazarlo.
- Tenemos qué hablar – le dijo con un tono muy
serio.
- Sí, claro, pero… ¿te pasa algo? – Raúl lo miraba
con temor a la respuesta.
- Raúl, tenemos que terminar nuestra relación. No
podemos continuar viéndonos.
- ¿Por qué? – fue lo primero que se le pasó por la
cabeza y lo primero que le preguntó.
- ¿La verdad? – respondió con otra pregunta.
- La verdad.
- Estoy saliendo con otro chico – lanzó la noticia
como si no le importara la reacción de Raúl.
Raúl no le respondió nada, solo lo miraba.
- Sé que debes estar odiándome en este momento pero
no puedo seguir contigo porque ya no me gustas.
Raúl seguía sin decir nada. No sentía absolutamente
nada.
- Lo mejor es que dejemos de vernos y hagamos como
que no nos conocemos. No quiero tener problemas con mi novio.
- ¿Lo conozco? – la pregunta salió de su boca sin
darse cuenta.
- Sí, lo conoces. Pero no te diré quién es, no
quiero que armes un lío.
- ¡Es que todo este tiempo no fue suficiente para
que te dieras cuenta de cómo soy yo! ¿Es que realmente no me conoces? ¡TE
EQUIVOCAS! No pretendo hacerte ningún numerito. Si es tu decisión pues bien.
Hasta aquí. Adiós.
Raúl se dio la vuelta y dejó a Julián. Se sentía muy
mal porque pensaba que Julián y él estaban destinados a estar “juntos por
siempre”. Se conocían desde que eran unos niños y desde entonces habían vivido
tantas cosas juntas. Se sintió mal y comenzó a llorar. Sabía que debía calmarse
porque no podía llegar a casa en ese estado, y menos porque estaba escapado.
Intentó respirar profundamente para calmarse pero
las ganas de llorar podían mucho más que él. Continuó llorando en silencio
hasta que llegó a la puerta de su casa. Aunque sabía que su familia estaba
durmiendo, no quiso entrar con el rostro lleno de lágrimas porque no sabría que
escusa inventar si lo descubrían.
Para su mala suerte, su papá lo estaba esperando.
- ¿Se puede saber dónde estabas tú? – su padre
estaba sentado en el mueble con una expresión de furia que aumentó cuando se
dio cuenta que había estado llorando – Tú… tú ¿estabas llorando?
Raúl quedó helado luego de cerrar la puerta. No
sabía cómo responder a esa pregunta porque su mente estaba era en Julián y la
rabia que sentía.
- Te hice unas preguntas y quiero que me las
respondas ya mismo – su padre se levantó del mueblo y se cruzó de brazos.
- Papá… yo salí a dar una vuelta porque no podía
dormir. – respondió rápidamente e hizo ademán de subir las escaleras hacia su
habitación.
- ¿A dónde crees que vas? Tú y yo no hemos terminado
- Papá baja la voz que la familia está durmiendo…
- No me importa que se despierte el vecindario
entero. Te hice unas preguntas y quiero que me las respondas.
- Ya te dije que fui a dar una vuelta…
- ¿Y por eso andabas llorando?
- No papá yo no estaba…
Raúl no terminó de hablar porque en ese momento le
sonó el celular. Miró en la pantalla y vio que era Julián. Automáticamente
decidió colgar, primero, porque no quería escucharlo después de
haberle terminado; y segundo, porque su papá estaba al frente.
- ¿Quién era? Por qué no contestaste la llamada – su
papá lo retaba con la mirada. Daba la sensación que sabía algo.
- Era una compañera de clases. Es muy tarde para
atender llamadas.
Volvió a hacer ademán de subir cuando una vez más le
sonó el teléfono. En esta oportunidad no pudo colgar porque su padre le arrancó
el teléfono de la mano y atendió sin decir ni una sola palabra.
- Raúl necesito que hablemos. No puedes tomar esa
actitud, yo sé que te dije que entre tú y yo no podía seguir existiendo nada,
pero tú y yo nos conocemos desde pequeños, hemos tenido esta relación desde hace años. No tenemos porque terminar así. Por
favor, dame una oportunidad para arreglar esto, podemos seguir siendo amigos…
- Julián te agradezco que no vuelvas a acercarte a
esta familia. – Dicho esto colgó y tiró el celular al suelo con mucha fuerza,
le dio la espalda y fue a la cocina. Abrió la nevera, tomó un vaso de agua y
salió furioso.
Raúl supo que lo que había escuchado su padre no
había sido nada bueno porque la reacción demostraba lo contrario.
- ¿Tú me puedes explicar qué es eso que Julián te
dijo para que se vieran en la penosa situación de terminar lo que existía entre
ustedes? ¿Qué es eso que existía entre ustedes? – Thomas estaba hecho una
fiera.
- Papá es una pelea de amigos, no tienes por qué
preocuparte por eso
- Tú me crees idiota – Thomas se le acercó a su hijo
y lo tomó con fuerza por ambos brazos – ¡Tú crees que yo soy imbécil! – La
situación se había complicado, Thomas gritaba.
- Papá, cálmate… me estás haciendo daño.
- ¡AH, le estoy haciendo daño a la mariquita! –
dicho eso lo empujó y lo pegó contra la pared. – A la mariquita le duele que lo
agarren con fuerza.
- ¡Papá qué te pasa! Suéltame – Raúl intentaba
soltarse pero le era imposible. Su papá lo sostenía con mucha fuerza.
- ¡NO! No te voy a soltar. Tú me decepcionaste, mi
hijo menor resultó ser una marica, un maldito homosexual – lo soltó para darle
una bofetada.
- Quiero que agarres tus malditas cosas y tu maldito
trasero y te largues de mi casa. Olvídate que tienes familia, marica de mierda.
Raúl no aguantó más y comenzó a discutir con su papá
mientras las lágrimas brotaban de su rostro.
- No soy ninguna marica de mierda – espetó lleno de
ira – No soy ninguna marica. Soy homosexual y estoy orgulloso de serlo.
Thomas se volvió a llenar de rabia y lo golpeó
nuevamente en la cara. Esta vez usó toda su fuerza porque lo tiró al suelo con
el impacto. En ese momento la madre de Raúl bajó vestida con una bata de dormir
en compañía del resto de la familia.
- ¡Pero qué es lo qué pasa aquí, Thomas! ¡OH RAÚL,
HIJO! – Sophia se agachó para recoger a su hijo, a quien le sangraba la nariz.
- ¡Anda! Cuéntale a tú mamá qué es lo que pasa –
Thomas se mecía de un lado para otro hecho una fiera – Mejor aprovecha que toda
la familia está reunida y cuéntales qué es lo que pasa.
Raúl intentó limpiarse la sangre de la nariz pero el
dolor no le permitió. Se levantó con la ayuda de su madre y no dijo ni una sola
palabra. Cuando notó que el resto de la familia estaba en la escalera
observando la escena, lo único que hizo fue bajar la mirada.
- ¡TE DA PENA! – Gritaba su padre – Te da pena. A la
marica le da pena que la familia sepa que lo follan por detrás.
- ¡Thomas! – Sophia lo reprendió mientras abría los
ojos como platos y se acercaba a su hijo - ¿Qué es lo qué está diciendo tu
padre?
Raúl no decía nada. Lo único que podía hacer era
limpiarse la sangre de la nariz con la mano, mientras mantenía la cabeza
agachada.
- Respóndele a tú mamá, ¡anda! ¡RESPÓNDELE! Ten los
pantalones y acepta que eres maricón.
- NO SOY NINGUN MARICÓN – gritó Raúl mientras las
lágrimas volvían a traicionarlo – No soy ningún maricón. No tienes porque ser
tan despectivo.
- ¡Despectivo una mierda! Eres un maricón. Por eso
quiero que recojas tus cosas y te largues de mi casa, aquí no voy a tener a
ninguna marica.
- Hijo, ¿eso que dice tu papá, es cierto? – Sophia
tomó con ambas manos el rostro de su hijo. La suavidad con la que Raúl sintió
las manos de su madre no hizo sino aflojarle más el torrente de lágrimas.
No hizo falta que Raúl le respondiera, Sophia se
apartó como si su hijo tuviera una enfermedad contagiosa. Se acercó a su esposo
y comenzó a llorar de forma desconsolada.
- ¡Mamá! No llores, no pasa nada. Yo estoy bien –
Raúl intentaba tomar a su madre de las manos pero ésta se negaba.
- No toques a tu madre – dijo el abuelo desde las
escaleras – ya tu padre fue claro. Recoge tus cosas y márchate. En esta casa ya
no tienes lugar. Tu familia ha muerto esta noche.
Raúl miraba a todos con cara de asombro. Se sentía
perdido, destrozado, humillado, maltratado, rechazado. No contaba con nadie en
ese lugar. Su madre estaba desconsoladamente llorando y su padre lo miraba con
asco y desprecio.
Sentía un fuerte dolor en el pecho que no lo dejaba
respirar con normalidad. Las lágrimas cada vez más lo traicionaban y no paraban
de caer. Cuando supo que todo estaba perdido y que debía ir a la que ya no
sería más su habitación, Mónica, su hermana, lo detuvo.
- Raúl no se va para ningún lado – dijo mientras
pasaba por encima de su abuelo y bajaba las escaleras directo a su hermano. –
Raúl se queda en esta casa porque ésta es su casa.
- Raúl se VA de esta casa porque ASÍ está decidido –
dijo su padre de forma tajante.
- Es así, tiene que irse. En esta familia no
aceptaremos maricones – confirmó el abuelo.
- ¡Es que acaso no se dan cuenta que Raúl es un
joven! – Mónica no soltaba a su hermano. Lo aferró de la mano para darle
fuerzas – Él es un ser humano, por Dios. Acaso no pueden entender que no hay
nada malo en él. Acaso se olvidan de lo maravilloso que es como hijo, mamá –
señaló a su madre con la mano libre – Acaso se olvidan que es un excelente
estudiante y que nunca ha dado problemas. Acaso se olvidan de lo maravilloso que
es, por Dios.
- Ese Raúl dejó de existir para nosotros.
Para más dolor de Raúl, quien dijo eso fue su madre.
Ya había dejado de llorar.
- No quiero un hijo gay. ¡NO! Y si él – lo señaló –
decidió serlo, pues que se olvide de su familia para siempre.
- ¡YO NO ELEGÍ SER NADA! – Explotó entre sollozos –
Yo no me levanté un día y dije: quiero ser homosexual. ¡NO! Nací así, solo que
ustedes nunca lo notaron porque sabía que sucedería esto. Yo no tengo la culpa de
haber nacido gay.
- Yo no pienso seguir escuchando estas atrocidades –
dijo el abuelo mientras se retiraba.
- Yo a ustedes los amo, ¡A TODOS! Son las personas
más importantes en mi vida. Sin ustedes yo no podré continuar. Yo los necesito
– Raúl seguía llorando.
- Tú necesitas es agarrar tus cosas e irte. Aquí ya
no te queremos – Sophia le pasó por un lado como si no fuese su hijo quien
estuviese allí parado. No lo miró cuando subió las escaleras.
- Raúl no se va…
- No te preocupes, hermana – le dijo Raúl – está
claro que aquí ya no me quieren. Solo te pido, papá…
- No vuelvas a llamarme de esa forma – lo cortó su
padre.
- No te preocupes, pa… señor. Ahorita mismo recojo
todo y me largo.
- ¡NO! Es muy tarde para que te vayas – Mónica
también comenzó a llorar – Papá ¡por favor! Por lo menos deja que pase esta
noche aquí.
- ¡NO! Se larga ahora mismo – Thomas estaba decidido
y no había fuerza alguna que lo sacara de ahí.
- Papa, por favor. Solo esta noche, ¡maldita sea! –
Mónica estaba perdiendo los estribos.
Thomas la miró fijamente y decidió no decir más nada.
Solo se acercó a Raúl y lo terminó de despreciar.
- Solo te quedas esta noche. Mañana quiero que te
largues antes que tu madre se despierte. No me importa a dónde te largues, pero
no quiero que te vuelvas a comunicar con nosotros.
Dicho esto se retiró dejando a Raúl hecho un mar de
lágrimas junto a su hermana Mónica, quien estaba destrozada por lo que allí
había sucedido.
...
Raúl despertó
una vez más con el recuerdo de lo ocurrido cuando fue rechazado por su familia.
Como si no fuese suficiente con la escena que tuvo que vivir gracias a la
infidelidad de Andrés, ahora se le sumó el recuerdo de algo que creía haber
superado.
Pasaran los años que pasaran aún sufría por el
desprecio de su familia. No les guardaba rencor, pero si sabía que podía ser
otro Raúl si hubiese contado con el apoyo de su gente cuando más lo necesitaba.
Se sentía fatal. No podía llamar a su hermana porque
ya ella le había advertido que Andrés no era de confiar. No le daba buena
espina. No tenía cara para llamarla y decirle “tenías razón, Andrés es un
maldito traidor”.
Decidió por ir a dar una vuelta en el parque. Aún le
quedaban tres días de vacaciones en la revista, así que no tenía nada con qué
distraerse.
Justo cuando pensaba que saldría solo, su celular
sonó y sintió alivio cuando escuchó la voz de Mía: su única y mejor amiga.
- ¿Y ese número? – le preguntó con un tono muy
desanimado que ella notó al instante.
- ¡Oh por Dios! Alguien necesita un helado tamaño
industrial con extra de chocolate. Espérame en la puerta de tu edificio que en
20 minutos estoy ahí.
Aunque estaba muy desanimado intentó sonreír. Eso
era lo que le encantaba de Mía, que aunque estuviese en un funeral, ella
siempre encontraba la manera de sacarle una sonrisa.
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