#AdamuzYLaUniónDeTresRazas Capítulo 4. La Leyenda



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La leyenda

Cap. 4. La Leyenda
             
           Cuando el timbre sonó, en lo que el profesor de matemáticas salió del salón, entró Roger más furioso de lo que siempre aparentaba. Tiró su mochila en la última mesa de la fila y se sentó.

            Samantha pensó si sería buena idea irle a preguntar qué era eso que quería con tanta urgencia, pero se detuvo por dos razones; la primera, porque si le decía una sola palabra, él le preguntaría cómo carrizo supo que buscaba algo. Obviamente no iba a tener una respuesta muy convincente; y la segunda, porque el profesor de historia ya había entrado al salón con un caluroso “Buenos días, clase”

- Soy el profesor Arnold Smith, pero mejor díganme Sr. Smith. Soy su profesor de Historia y el día de hoy estudiaremos…

            El Sr. Smith era un hombre alto, muy alto, casi parecía un gigante, pero no lo era. Era el hombre más cariñoso que Samantha podía haber visto en su vida.

- Estudiaremos algo que nos eriza la piel – cada vez hablaba como si contara una historia de terror. - ¡SÍ!... estudiaremos las leyendas. ¿Alguien conoce alguna?

            Un chico que estaba justo en la mesa de al lado de Samantha, levantó la mano para intervenir.

- Pero… Sr. Smith… las leyendas… ¿Corresponden a… esta asignatura?... tenía entendido que estudiaremos le…

- Teníamos entendido que el profesor en esta clase era yo y que quien decidía qué impartir en esta asignatura era yo. – El Sr. Smith se salió de sus casillas gracias a ese comentario del alumno. Samantha entendió en ese momento que hay que conocer bien a las personas para poder calificarlas.

- ¡SILENCIO! – Decía el Sr. Smith al alboroto que se armó en el salón – yo no pregunté eso señor Brandon… ¿Alguien conoce alguna leyenda?

            Otro chico, pero éste era muy tímido, levantó su mano para pedir permiso  a la palabra.

- Señor… yo… conozco una, una de aquí mismo, ¿Por qué no nos comenta sobre la leyenda de la familia Adamuz?

            Samantha se sobresaltó al oír ese nombre: “Adamuz”. No por ella, si no porque Chelsea se levantó bruscamente de su asiento y de un fuerte portazo se retiró de la clase.

- Creo que a la señorita le asustan las leyendas – con una risita el Sr. Smith continuó con su clase.- Buena propuesta Sr… Sr… ¡Bueno! Como te llames. Eee… ¡AH, YA! La leyenda de la familia Adamuz, de las mejores leyendas que ha tenido todo Valle Grande.

            El Sr. Smith comenzó con aquella leyenda que al parecer todos querían oír, en especial Roger y Taylor, que se ubicaron en una mesa vacía que había adelante.

- Todo ocurrió hace 20 años, aquí mismo, en Valle Grande, en una casita ubicada en las afueras de la ciudad. En esa época Valle Grande era un pueblito con una pequeña población. La familia Adamuz era la más pobre que podía haber hace diez años.

>> Era una familia pequeña, solamente eran cuatro; una mujer, que se suponía era la madre de un niño que se veía en las afueras de la casa, un hombre que se suponía era el padre de aquel; y un señor mayor, muy viejito que sólo se la pasaba sentado en una mecedora afuera de la casa.

>> La casa era muy, muy humilde, podría decirse que era tan humilde que parecía un rancho de madera.

>> Esa familia era muy conocida en Valle Grande, no por ser de alta categoría porque sabemos que eran pobres; eran muy conocidos por eso: por ser pobres. Todos eran mal recibidos en donde quiera que fueran, los trataban mal y el niño se sentía muy triste por eso.  

>> Dice la leyenda que aquella familia tenía algo raro porque eran muy misteriosos. El padre no trabajaba, sólo se veía rebuscando entre la basura día tras día. La madre nunca se veía, sólo cuando salía a tender la ropa en un viejo tendedero que tenía en la parte de atrás de la casa. El niño no estudiaba ni nada, solía visitar esta escuela. Siempre se veía en la calle San Diego parando a todo niño de su misma edad y preguntándole si querían ser su amigo. El señor mayor, como ya les dije – el Sr. Smith tomó aire y siguió – sólo pasaba el rato sentado en una vieja mecedora con un libro en brazo. No lo leía, ni tampoco lo dejaba, solamente se la pasaba con él meciéndose y acariciándolo.

>>  Una tarde, a la hora de la salida común aquí en el San Ignacio, el niño se dirigió a un grupo de alumnos y les hizo la pregunta más tonta que se le puede hacer a un grupo de desconocidos: ¿Quieren ser mis amigos? Esta vez no tuvo suerte, porque a quienes les había preguntado, era el peor grupillo de todo el colegio.

>> Estos agarraron al pobre niño a puro puntapiés, se burlaban de él y le decían: “Niño pobre… niño pobre”. El niño como pudo se levantó del suelo rápidamente y antes de irse les dijo a aquel grupillo: “Cada una de estas patadas, cada uno de estos insultos, cada una de estas gotas de sangre que me han hecho derramar, me las van a pagar, ya  lo verán, mi abuelo hará sufrir a todo Valle Grande” 

>> Al decir esto, el clima cambió de repente, el cielo se puso nublado y todo pareció haberse puesto negro, la oscuridad invadió aquel espacio donde se encontraba el grupo de chiquillos. Los muchachos al oír las palabras del niño, prorrumpieron en carcajadas y se burlaron aún más de él. No le dieron importancia al extraño cambio de clima.

>> Pocos días, aquel grupo de jóvenes le dijeron a un amigo que irían a la casa de los locos, que iban a terminar lo que habían comenzado.

>> Llegaron a la casucha, y los recibió aquel niño con un libro en la mano, un libro grande y desgastado: El mismo libro que tenía su abuelo, pero esta vez no lo tenía él, sino su nieto.

>> El grupillo le preguntó al niño que si estaba solo, que si podían entrar. El niño les dijo que pasaran, que estaba solo hoy, mañana y siempre.

>> Nadie sabe qué sucedió dentro de aquella casa, sólo las personas más cercanas afirmaron que oyeron gritos que les paraban los pelos de punta, y después todo quedó en silencio y cuando decidieron entrar a ver qué había sucedido, no encontraron a nadie, solamente encontraron todo desordenado. Los habitantes más cercanos quedaron atónitos. A los meses vaciaron la casa y se llevaron todo; un mueble sucísimo pero lujoso, que terminó en una tienda de antigüedades junto a un viejo cajón de cuatro gavetas.

>> Dice la leyenda que noche tras noche en aquella casa, que nadie se atrevió a derribar, se oyen quejidos y gritos macabros, y que todo aquel que entra por curiosidad, sale de allí corriendo y vuelto loco diciendo: ADAMUZ, ADAMUZ – En ese momento un alumno lanzó un aullido y toda la clase pegó un brinco en sus asientos.

            El profesor dejó la leyenda hasta ahí, y mando el primer deber de la asignatura.

- Para la próxima clase me traen definido el término historia y… y… eso, eso, sólo eso.

            Cansado de tanto hablar se despidió – Bueno… hasta la próxima, pueden irse. Samantha quedó petrificada, se imaginó como un grupo de jóvenes podría patear hasta tal punto a un niño.

            Junto a Michael, salió del salón y en el pasillo encontraron a Chelsea. – ¿Satisfechos con la magnífica “leyenda” del Sr. Smith?

- ¿Por qué te saliste? – Samantha usó un tono de voz pausado al ver el rostro furioso de Chelsea. – No te gust…  

- No me gusta oír hablar de esa leyenda, además, todo eso que dijo el Sr. Smith es mentira, ese pobre niño nunca hizo lo que dicen que hizo. – Michael al no comprender nada, y al ver que Taylor se dirigía al comedor, salió tras ella. 

            Samantha se quedó sorprendida al oír que Chelsea sabía sobre la historia. - ¿Cómo sabes que el Sr. Smith mencionó a un niño?, tú no pudiste oírlo, tú no estabas ahí.

- ¡Claro que no estaba!, cómo podría, si me salí de eee… si no te importa… quiero irme.

            Cada vez entendía menos, todo le era muy extraño, pero no quiso seguir conversando de lo mismo, así que decidió irse con Chelsea.

            Juntas, buscaron a Michael y lo sacaron del trance que tenía en el comedor; estaba boquiabierto observando a Taylor. Al parecer no era el único, todos los chicos de la escuela se comportaban de la misma manera.

            Salieron del colegio muy callados: Chelsea con una furia incomprensible, Samantha muy confusa, y Michael con una sonrisa en el rostro que ni siquiera le cabía.

            Llegaron a la calle San Diego. Cuando Samantha pensó despedirse de sus amigos, Chelsea la sostuvo por el brazo con cara de desconcertada.

- Mejor… mejor… no vayas por la calle San Diego, mejor, mejor… ve por aquí – Le señaló una calle que daba directamente con la parada de autobús que ella tomaba. – Por aquí llegas más rápido  a la parada de autobús que llegan a tu casa.

- Pero… ¿Cómo sabes donde vivo?, no recuerdo habértelo mencionado – Ahora sí que estaba sin entender nada.

- Calle Nuevo Mundo, nº 13. Lo mencionaste esta mañana… cuando comíamos

- ¡AH! Cierto.- sabía que en ningún momento les había dado la dirección a ninguno.

            Estaba tan confusa y nerviosa, que decidió hacer pasar como si lo había olvidado. – Está bien… gracias Chelsea, tomaré ese camino.

- Ok, chicas, yo me voy por éste lado. Hasta luego, nos vemos mañana. – Michael se despidió y sólo quedaron Chelsea y Samantha en la puerta del colegio.

- Yo… también me voy, Chao Chel…

            El chao de Samantha quedó interrumpido al ver que a su lado no se encontraba Chelsea. Por lo tanto, quedó completamente sola. La entrada del colegio estaba vacía y en el lugar donde estaba Chelsea, solamente había una mariposa hermosa. Así que ella y aquella mariposa se quedaron plantadas ahí sin ningún motivo. No supo cómo hizo Chelsea si ella estaba ahí hace poquito. Miró a la calle San Diego y recordó a aquel hombre con aquella cosa brillante en sus manos. Vaciló un momento y decidió hacer caso a la recomendación de su amiga.  

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