#AdamuzYLaUniónDeTresRazas Capítulo 5. Horacio Requena




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Horacio Requena

Cap. 5. Horacio Requena

            Al llegar a su casa, Samantha tiró su morral en uno de los dos sofá de color beige estampado que hacían juego con la decoración y las paredes de su hogar.
            Se dirigió con pasos apresurados a la cocina en busca de un vaso de agua, ya que el camino que le había sugerido Chelsea, era muy agotador, pero por lo menos era más transitado que la calle San Diego. Al llegar al refrigerador, olvidó a que había ido por culpa de una nota pegada: Era de su madre.


Querida Samy:
        Espero que tu primer día de clases haya sido fenomenal. Supongo que has hecho ya algunos amigos. Mi niña necesito que esta noche te quedes sola en casa, el Sr Requena me pidió que me quedara revisando unos documentos. Luego te explico. Besos.
Elena
            Al principio sintió una especie de rabia que viajaba por todo su cuerpo, una sensación que le hacía pensar que ya no era una niña, y que muy bien podía cuidarse solita. Leyó nuevamente la carta, pero no para encontrar otra cosa, sino para tratar de entender por qué su mamá seguía tratándola igual como hace cinco años atrás. Por un momento se detuvo, ya que su mente se desvió a un lugar diferente de donde tenía la nota.
            Se encontraba en la puerta del segundo piso donde oyó a Roger hablando con su padre: El Sr. Horacio Requena.
            La sensación de rabia que sentía en aquel momento aumentó más, al comprender que su mamá se había ido a cumplir parte de la misión secreta de Roger. Arrugó la nota, la echo al recipiente de basura y subió con grandes zancadas a su habitación.

- Sr. Requena, lamento haber llegado tarde.
- Tranquila Elena, no pasa nada… y dígame Horacio ¿Quiere?
- Esta bien Sr… digo… Horacio.
            Elena estaba en la oficina del Sr. Requena, una amplia y lujosa habitación donde había un gran escritorio de vidrio y al fondo un gran autorretrato del Sr. No se parecía mucho, porque el del retrato era atractivo.
- ¿Qué novedades me tiene de… de… usted ya sabe qué? – El Sr. Requena dirigió la pregunta a Elena, pero sus ojos iban dirigidos a una de sus empleadas que interrumpió la conversación que ni siquiera había dado comienzo.
- Disculpe señor, afuera esta su hijo y pide hablar con usted.
            La oficina del Sr. Requena era muy espaciosa, las paredes de enfrente eran de vidrio cubiertas con persianas azules. Cuando el aire pegaba contra las persianas, éstas se movían y daban paso a la visión de un Roger impaciente afuera de la oficina de su padre.
- Señorita, dígale que pase a la sala de juntas y que me espere allá. – El Sr. Requena ordenó a la empleada y ésta salió como una buena señorita. – Como le iba diciendo… ¿Elena, cómo va con lo que le encomendé?
- Sr… ¡Digo!... Horacio. He estado tras la pista pero… se me ha hecho muy difícil. La última vez que supieron de él, Fue hace tres años y al parecer estaba aquí en este pueblo. Tuve contacto con un señor muy viejo, que tiene toda su vida aquí en Valle Grande y al parecer conoció a la última persona que lo tuvo en posesión. – El Sr. Requena, al oír esto, su mirada tomó un tono interesado y los ojos se le abrieron como plato.
- ¿Cómo dices… entonces sabes quién lo tiene?
- No… lo siento pero el señor no pudo contarme nada más, no pudo contarme toda la historia. Cuando intentó decírmelo, se paró en seco y olvido de lo que estábamos hablando.
- ¿Cómo que no te contó toda la historia?, no entiendo. – Muy atónito, formuló esta pregunta casi sin pensarla.
- Sí, señor, - Respondió con tono decidido, pero a la vez con un poco de miedo  - El señor con el que hablé, no pudo contarme nada, ya que no tengo las características propias de lo que estoy buscando, señor, sé que es, pero aún así, no sé porque tanto interés. Creo… creo que si tan solo usted, digo, Horacio… si tan sólo me dijeras qué es lo que  tiene  de especial, todo sería más…
            La petición de Elena quedó interrumpida por un fuerte portazo en la oficina del Sr. Requena.
- ¿Se puede saber por qué carrizo no has ido a la sala de juntas de este maldito bufete? – La furia de Roger era tan grande que no media sus palabras y mucho menos notó que Elena estaba ahí.
            El Sr. Requena intentó parecer más autoritario que su hijo pero no lo logró, porque al momento que quiso responderle, éste lanzó toda la furia contra Elena.
- ¡VAYA! Pero si aquí está la detective chimba que mi papá contrató… ¿se puede saber qué carrizo ha estado haciendo usted – puntualizó el usted con tono arrogante – que no ha encontrado lo que le pedimos? – Roger estaba muy furioso, casi echando chispa.
- Disculpe joven Roger, he hecho todo lo que ha estado a mi alcance – La voz de Elena sonaba con mucho más respeto, que cuando se dirigía al Sr. requena – le juro que estoy tras…
- No… jure… en… vano, señora – puntualizaba cada palabra debido a la furia que cada vez sentía mayor.
            El Sr. Requena tuvo que intervenir porque ya Roger se había excedido un poco.
- No te permito que trates así a Elena.
- ¡VAYA! Ahora resulta que los empleados merecen más respeto que la propia familia.
- Te recuerdo que quien entró en MÍ – puntualizó dejando muy claro quién era que tenía el mando – oficina gritando y agrediendo, fuiste tú, además, de qué respeto hablas, si tú eres el primero que no lo demuestra.
- Pues te recuerdo papá, que yo…
- Que tú nada Roger, ya no me aguanto tu tonito de superioridad, cuando tú muy bien sabes…
- Cuando tú muy bien sabes nada papá, si vuelves a restregarme en la cara que gracias a ti es que tengo todo lo que tengo ahora, voy a tener que hablar de tus secretitos yo también.
             Hubo un silencio que se apoderó de la oficina y al cabo de un minuto, Elena rompió aquel sepulcral momento.
- Srs. Cada vez estoy más cerca del objetivo. Sólo pido un poco de tiempo, recuerden que mi hija cree que soy una simple abogada. Ella aun no sabe nada.
- ¡Su hija! – Interrumpió Roger - ¿Esa fastidiosa que no se cansa de mirarme en el colegio? – Su risa sonó un poco temerosa - ¡Ay! La pobre Samy no sabe nada – ahora su voz pasó a ser burlista – Pues le advierto que si usted, palabra muy grande para referirse a una persona como la de su clase, no trae noticias acerca de lo que le pedí, voy a tener que tomarme el atrevimiento de quitarle la pequeña venda que tiene su hija en los ojos y contarle que tú no eres quien dices ser, sino, que eres una simple e indeseable detective, que en resumidas cuentas significa una vulgar buscadora de cosas… JAJAJA… y si te quedan du…
- ¡No te permito que sigas insultando a Elena de esa forma! – El Sr. Requena se levantó de su asiento golpeando el escritorio. Al parecer esta vez, Roger, si lo había sacado de sus casillas.
- Tranquilo Sr, tranquilo… de todos modos yo ya me iba a trabajar.
- Está bien Elena, cuando tengas novedades… me llamas. Gracias, puedes retirarte.
            Elena salió de la oficina y en ella sólo quedaron padre e hijo.
- Papá por favor, ¿Qué te dijo tú empleada acerca de nuestro asunto?, y antes que sigas, primero cuéntame que sabe la mujer esa.
- Me contó que habló con un señor de acá del pueblo y al parecer, la última vez que lo vieron, fue hace tres años aquí mismo.
            El Sr. Requena le relató a su hijo cada detalle que Elena le había contado.
- Pero papá, todavía no entiendo ¿cómo que el señor ese cuando le iba a contar más cosas, olvidó de repente lo que le iba a decir?
- Bueno hijo, según Elena, al parecer el señor… no sé… seguramente se cohibió, ¡ay hijo yo que sé! Aun tenemos vida por delante para saber y tener lo que queremos.
            Roger no aguantó las ganas y se dirigió a su padre, como si quisiera darle a entender que al decir “tenemos”, estaba completamente errado.
- ¡Disculpa! Creo que no te entendí bien, ¿dijiste… tenemos? Un momento papá, creo que no has entendido nada. Cuando tu mendiga empleada consiga mi premio, es mí premio. Tú ya tienes mucho con haber hecho lo que has hecho.
            Horacio Requena era un hombre de carácter, pero con su hijo era muy calmado. Esta vez si no se la iba a aguantar.
- Mira muchachito, no te permito que vengas a mi propia oficina a…
- A nada papá, a nada… no vengas a dártelas de santo conmigo. Yo sé que tú lo que quieres es quedarte con mi poder cuando lo tenga. Así como hiciste con mamá, o ¿me vas a seguir engañando como lo hacías antes?
- No te permito… - cada vez que el Sr. Requena iba a hablar, era interrumpido por Roger. 
- No te permito yo a ti, que vengas y me sigas engañando papá. Tengo 18 años. Soy mayor de edad. No me vengas con la fulana muerte de mi madre.
- Tu madre murió por un virus que cogió en nuestra luna de miel.
            El tono de voz del Sr. Requena cada vez era más nervioso.
- ¿Cuál virus?... papá por favor deja ya la mentira que yo mismo te escuché hablando con ese estúpido autorretrato – señaló el gran cuadro que había al fondo del escritorio – ¡Sí! Papá sí, yo mismo te oí. Todo fue un plan perfecto que tú solito te armaste. Plan el cual yo estaba incluido sin ni siquiera haber nacido.
- Roger, te advierto que mejor te calles – el Sr. Requena estaba temblando de ira.
- A mis dos años, tú decidiste dejarme con mi abuela y que para irte de nuevo de luna de miel… una segunda luna de miel – Roger también estaba muy furioso. - ¡CLARO! Bien lejos todo era más fácil. Allá se te hizo más fácil matarla.
            El Sr. Requena no le decía absolutamente nada, sólo temblaba de la ira y estaba a punto de explotar.
- Tu plan era perfecto papá. Después regresaste llorando, abatido y sufrido, pero claro, sin ninguna maleta encima. Sólo con un mugre papel en la mano. ¡EL TESTAMENTO! Hiciste que mi madre firmara un testamento antes de morir, dejando todo a tu nombre.
>>Hiciste que me dejara a mí sin nada. Tú querías todo para ti solo. Y no intentes negármelo papá… como te dije, yo mismo te oí aquí mismo, en esta oficina, llorando y que arrepentido, pero yo no te creo. Eres un cruel y vil asesino papá.
            El Sr. Requena no habló, sino solamente abofeteó a su hijo con toda la ira acumulada que tenía.
- ¡PERFECTO!... QUE BIEN TE QUEDÓ… CLARO, ES LA ÚNICA MANERA QUE TIENES PARA LIBRATE DE TU CULPA. Algo te digo papá. Mejor que tú empleada me consiga lo que quiero lo más pronto posible, porque si no todo el mundo, la prensa, todos los medios de comunicación, se van a enterar de la clase de abogado que eres, Horacio Requena.
            Roger salió de la oficina muy furioso. Supo disimular el dolor que le dejó la bofetada de su padre. El Sr. Horacio Requena, el gran empresario, abogado y adinerado de todo Valle Grande, esperó a que su hijo saliera de la oficina para sentarse a llorar con la mirada perdida en su autorretrato.

            Por otro lado lo que se oía era el suave ruido del viento al rozar las hojas de los árboles y el pasar por la suave pradera cubierta de flores, flores que al ser rozadas por el viento, soltaban deliciosos aromas y los cuales Samantha tumbada en esa pradera, gozaba con eterna armonía. En su cabello posaban mariposas de todos los colores. Samantha se sentía en el paraíso
            De repente ese maravilloso mundo cambió. El cielo se puso nublado, mostrando grandes nubes cargadas de aguas, los árboles que se movían ligeramente, ahora se removían con brusquedad. Una mariposa distinta a las otras se posó en la nariz de la atemorizada Samantha, que no sabía si correr o quedarse quieta: estaba presa del pánico.
            Pensó que estaba volviéndose loca porque la mariposa que tenía en la nariz, le repetía su nombre a cada momento: Samantha, Samantha, Samy… aquella voz era conocida. Cuando despertó, supo de quién se trataba.

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