#AdamuzYLaUniónDeTresRazas Capítulo 1: Pesadilla
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Pesadilla
Imagen referencial |
Samantha
se encontraba escondida tras un cajón muy alto color azabache envejecido. Una de
sus gavetas estaba entreabierta, de la cual salía una luz, una luz que por un
momento creyó que iluminaba casi media habitación.
Se apretujó aún más detrás del cajón
porque oyó que alguien entraba en la habitación, alguien cuya voz le era conocida.
- ¡Aquí nunca la encontraremos!... este lugar
es muy obvio como para que ella esté aquí… pero, ¿por qué perder el tiempo?,
mejor llevémonos el libro de una buena vez, ¡VAMOS! Abre el cajón… ¡APRESÚRATE!
Samantha sintió por aquél libro una
gran admiración aun sin saber de qué libro hablaban, sólo le importaba que de
alguna manera aquél era más importante que ella porque si no, ese hombre, al
que ella casi le reconocía la voz, no habría dejado de buscarla.
Mientras daba y daba vueltas a su
cabeza para encontrarle lógica a la situación, sintió de repente como si una
fuerza desconocida, fuera de este mundo, la tomara por la playera color rosa
que cargaba puesta y la arrastrase hacia la pared, como si hubiera una especie
de pasaje dentro de ella. Dio vueltas y vueltas por un túnel de muchos colores
donde pudo visualizar escenas que ni siquiera podía entender, hasta que por fin
oyó un fuerte golpe y cayó sobre su cómoda cama toda bañada en sudor.
Se despertó muy acelerada, el
corazón le latía a mil por horas, sentía una fuerte sensación de migraña que no
podía aguantar. Muy pronto pudo notar que fue lo que la despertó: el ruido de
la TV encendida que había en su habitación, una vieja y diminuta TV, en donde disfrutaba de sus programas favoritos días
tras días.
Cuando intentó pararse a apagarla oyó
unos pasos por el pasillo que da a su habitación y el ruido que hacía su puerta
al abrirse. Para sorpresa era su madre. La mujer al entrar puso cara de asombro
al ver a Samantha en el estado en que se encontraba, porque siempre, así sea a
la hora de levantarse, Samantha tenía cara de alegría y la recibía con un
fuerte ¡BUENOS DÍAS, MAMÁ! Que en ese momento no demostró.
Samantha
es una joven de 15 años, poseedora de una belleza que cualquier niña de su edad
quisiera tener, pero que ninguna otra la envidiara. Era alta y con una delgada
figura mezclada con su simpatía y dulzura que junto a sus ojos de color canela,
hacen la combinación perfecta.
La madre al verla así, le dijo con
voz preocupante y eligiendo las palabras perfectas, le preguntó: -¿Te… sientes…
bien, hija?
Samantha aún muy acelerada y con
aquella migraña le dijo a su mamá que todo estaba bien, pero algo le decía para
sí, que no todo estaba bien.
-
Sí, todo está perfecto.
-
¿Pero por qué estás así? – preguntó su mamá.
Con
un gesto disimuló el fuerte dolor de cabeza que tenía y rápidamente, se dedicó
a responder.
-
Sólo fue… solo fue una pesadilla mamá, sólo… una pesadilla.
En ese momento su madre iba a seguir
interrogándola por aquella cara tan demacrada que tenía, pero su pregunta fue interrumpida
por una llamada del tío de Samantha.
-
¡Hola! ¿Cariño, cómo estás?, ¿Cómo está mamá?
Los padres de Samantha también eran
jóvenes, su madre se llamaba Elena, una mujer de 35 años, casada pero separada.
Vivía sola con Samantha desde que ésta tenía 3 años. Era abogada, trabajaba en
un bufete, donde casi siempre tenía que hacer viajes a pesar de no tener nada
que ver con su trabajo. A diferencia de Samantha, Elena era de estatura
pequeña, pero con sus mismos ojos color canela.
De carácter muy dominante, pero apenas ella se proponía a sacar permiso
para algo, con sólo hacerla reír bastaba, una madre que cualquiera desearía
tener, o eso es lo que al menos pensaba ella.
Como dicen que no todo puede ser
perfecto, para desgracia de Samantha, su padre era un hombre que no le importó
abandonarlas a ella y a su madre sin ninguna explicación.
Mientras Elena conversaba por
teléfono con Edgar (Su hermano, el tío de Samantha) que se encontraba fuera del
país por motivos de salud de su madre, la chica se levantó de la cama, salió
corriendo olvidándose de la fuerte migraña que tenía, porque lo único que le
importaba era que si no se apresuraba, llegaría tarde a su primer día de clases
en su último año de bachillerato.
Miró hacia su reloj y notó que eran
exactamente las seis de la mañana y este también marcaba con pequeñas letras
rojas, la fecha en la que se encontraba, Lunes 7-9-2007, y seguidamente con una
nueva preocupación en la cabeza, (llegar temprano como fuese a clases) apagó la
TV y salió corriendo antes que su madre (que ya había terminado la conversación
con Edgar) fuera a meterse en el baño primero que ella. En cuestiones de
minutos ya estaba duchada, entró a su habitación, buscó en su closet una
playera azul de mangas cortas, con un jeans de color negro y unas zapatillas Converse que casi siempre cargaba con
ella. Al terminar de vestirse y de peinar su larga cabellera lisa y castaña,
consultó su reloj de pulsera y vio que faltaban 20 minutos para comenzar su
primera clase del día y que aun no tenía idea de cuál sería.
Bajó corriendo las escaleras que
conducían a la cocina, en ella ya la esperaba su madre arreglada y con el
desayuno servido. A Samantha no le dio tiempo de comer el tazón de Korn Flakes que había sobre el mesón. Sólo
tomó un sorbo de café de su madre, cogió su mochila y salió corriendo por la
puerta trasera. Por un momento sintió un gruñido proveniente de su estomago,
pero se dijo a sí misma que más tarde probaría algo de comer.
Con una expresión de olvido salió
corriendo a su casa, cogió su celular y besó a su madre despidiéndose de ella y
diciéndole que se verían luego.
-
Mamá, bendición, nos vemos más tarde, voy retrasadísima, no quiero llegar tarde
a mi primer día de clases, a mi nueva escuela… ¡Te quiero! ¡Cuídate!
Ahora sí salió a toda prisa sin
devolverse a buscar nada.
Como ya se había vuelto costumbre, Samantha
cada año tenía que cambiar de colegio, puesto que su mamá realizaba viajes
desde que comenzó a trabajar en el bufete, y, por lo tanto, debía acompañarla.
La casa donde estaban viviendo había
pertenecido a la familia del papá de su papá, él, antes de marcharse, lo único
que le dejó a su hija fue esa casa ubicada en Valle Grande.
Como es normal en Samantha, aunque
estuviera en los peores momentos, siempre contaba con una simpatía
indescriptible. En medio de su preocupación, se dijo a sí misma:
-
Por lo menos éste será el último año que cambiaré de colegio… ¡CLARO!, este es
mi último año de escuela.
Con una sonrisa que se dibujó en su
rostro tomó el bus que se dirigía a
la calle más cercana que había para llegar a su nueva escuela, una escuela donde
ella tenía las esperanzas que fuera mejor a las anteriores y que de una vez por
todas, encontrara la paz y la tranquilidad que tanto deseaba… y necesitaba.
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